Apuntes a Hebreos 9:1-14

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Resulta imposible exagerar la importancia de los sucedido en el año 70 de nuestra era en Jerusalén. Desde Abraham, Dios había obrado al llamar, preservar, juzgar, perdonar y bendecir a la nación de Israel. Había establecido un elaborado sistema de sacrificios, sacerdocio, fiestas y rituales, que definían a Israel entre las naciones, que permitía el conocimiento de Dios mismo y que apuntaban hacia un futuro promisorio.

Pero he aquí que los cristianos proclaman que el Mesías vino, Jesús de Nazareth. La gran masa de israelitas rechazó esto, lo cual resultó en la crucifixión del Señor y la persecusión de los primeros cristianos. La nueva fe resultaba completamente radical pues implicaba la destrucción del viejo sistema. Y precisamente esto fue lo que sucedió en el año 70 cuando Tito, hijo de Vespasiano el emperador romano, destruyó la ciudad de Jerusalén. Significó el fin del judaísmo como se conocía, el fin de sacrificios, el fin del sacerdocio, el fin de la adoración centrada en Jerusalén y el Templo. Y todo a causa de Israel no haber conocido el tiempo de su visitación (Lucas 19:43-44): el testimonio divino sobre la venida de Cristo, el reemplazo de sombras por realidad.

En su misericordia, Dios promete no acordarse más de nuestros pecados porque la base del nuevo pacto fue la muerte de Cristo en la cruz. ¿De qué otra manera escribiría Dios su ley en nuestros corazones?

Hemos revisado cómo el sacerdocio de Cristo es mejor que el sacerdocio de Aarón. El autor de Hebreos continúa expandiendo nuestra visión con el Tabernáculo y con la idea del sacrificio de Cristo como uno mejor.

1Ahora bien, aun el primer pacto tenía ordenanzas de culto y el santuario terrenal. 2Porque había un tabernáculo preparado en la parte anterior, en el cual estaban el candelabro, la mesa y los panes consagrados [de la proposición]; este se llama el Lugar Santo. 3Y detrás del segundo velo había un tabernáculo llamado el Lugar Santísimo, 4el cual tenía el altar de oro del incienso y el arca del pacto cubierta toda de oro, en la cual había una urna de oro que contenía el maná y la vara de Aarón que retoñó y las tablas del pacto; 5y sobre ella estaban los querubines de gloria que daban sombra al propiciatorio [sillín de la misericordia]; pero de estas cosas no se puede hablar ahora en detalle. 

Caramba, ¿por qué no hablar en detalle? Recordemos que el autor escribe para una audiencia conocedora, versada, en cada una de estas cosas. Luego no entendemos por ignorancia, o porque es algo extraño a nuestra cultura o costumbres y tendemos a ignorar el asunto, o a pensar  en alguna interpretación “supraespiritual” o a pensar “no es irrelevante»; Dios gobierna la Historia y se revela a Sí mismo, por tanto estudiemos el asunto y seamos parte. 

¿Cuál es nuestro pensar?

El autor trae a la memoria asuntos familiares: existía un santuario terrenal, el santuario o tabernáculo tenía una parte externa (el Lugar Santo) donde se hallaba una lámpara, una mesa y los 12 panes. Detrás se hallaba el Lugar Santísimo que contenía el altar, el arca y reliquias sagradas, y sobre el arca y altar estaban los querubines. El sacerdote entraba y salía del Lugar Santo diariamente, reemplazaba los panes y ofrecía incienso dos veces al día, mañana y noche.

En el Día de la Expiación, una vez al año, el Sumo Sacerdote tomaba incienso del altar del incienso y entraba al Lugar Santísimo, moviéndose alrededor de manera que el Lugar Santísimo se llenara del humo proveniente del incienso. ¿Por qué hacía esto? Para protegerse de la gloria de Dios que habitaba entre los querubines que estaban sobre el propiciatorio (el sillín de la misericordia). Porque ningún hombre podía ver a Dios y continuar con vida.

No habla en detalle porque hay más del 50 capítulos en el Antiguo Testamento que tratan el tema del Tabernáculo y servicio en el mismo. Cualquier judío que se preciara de serlo estaría familiarizado con el tema.

6Así preparadas estas cosas, los sacerdotes entran continuamente al primer [exterior] tabernáculo para oficiar en el culto; 7pero en el segundo, solo entra el sumo sacerdote una vez al año, no sin llevar sangre, la cual ofrece por sí mismo y por los pecados del pueblo cometidos en ignorancia. 

Observen que menciona “sangre” por primera vez.

8Queriendo el Espíritu Santo dar a entender esto: que el camino al Lugar Santísimo aún no había sido revelado en tanto que el primer tabernáculo permaneciera en pie; 9lo cual es un símbolo para el tiempo presente, según el cual se presentan ofrendas y sacrificios que no pueden hacer perfecto en su conciencia al que practica ese culto, 

Y ahora desglosa el significado ofreciendo la pista de cómo relacionarnos con estas cosas aparentemente tan extrañas: el Lugar Santo, la parte externa del Tabernáculo, representaba un símbolo para el tiempo presente. Una parábola, en pocas palabras. Sacrificios y ofrendas que no afectan la conciencia…

10puesto que tienen que ver solo con comidas y bebidas, y diversas abluciones [lavamientos ceremoniales] y ordenanzas para el cuerpo [la carne], impuestas hasta el tiempo de reformar las cosas.

Reglas impuestas para el cuerpo hasta que llegue el tiempo de reformar… ¿Ven el contraste? Hay una limpieza externa [comidas, bebidas, abluciones] pero es necesario que ocurra una limpieza interna [que no ha sucedido, pues lo externo no afecta la conciencia]. Las medidas de purificación adoptadas sin duda tenían gran valor higiénico, pero cuando se les otorga valor religioso, existe el peligro de que sus practicantes sean tentados a apoyarse solo en el deber religioso.

He aquí que los problemas básicos de la vida no cambian, lo que varía son las circunstancias nada más.

Nuestras conciencias testifican la realidad de nuestro pecado. Sabemos aquello que nos separa de Dios: pecado que halla eco en una conciencia culpable. ¿Vemos la relevancia del texto? 

El viejo pacto dirigía hacia una solución, pero no resolvía el problema.

11Pero cuando Cristo apareció como Sumo Sacerdote de los bienes futuros, a través de un mayor y más perfecto tabernáculo, no hecho con manos, es decir, no de esta creación, 12y no por medio de la sangre de machos cabríos y de becerros, sino por medio de su propia sangre, entró al Lugar Santísimo una vez para siempre, habiendo obtenido redención eterna.

Mas cuando Cristo apareció -la inauguración del tiempo de reformar las cosas y el final del “tiempo presente”- como Sumo Sacerdote, entró una vez y para siempre, efectuó limpieza externa e interna, ambas:

 13Porque si la sangre de los machos cabríos y de los toros, y la ceniza de la becerra rociada sobre los que se han contaminado, santifican para la purificación de la carne, 14¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual por el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, purificará vuestra conciencia de obras muertas para servir al Dios vivo?

La única solución fue la sangre de Cristo. Sabemos que nuestra conciencia se halla contaminada, porque la evidencia concreta no es lo que entra al hombre sino lo que sale de él (Marcos 7:15-23. Actitudes como orgullo, amargura, cinismo, autocompasión, codicias, envidias, celos, apatía, miedos, etc. Obras muertas carentes de vida espiritual.

El corazón del evangelio es que Cristo vino al mundo para abrirnos camino directo hacia Dios, sin que fuésemos consumidos en nuestro pecado por causa de Su santidad (1 Pedro 3:18; Efesios 2:18). Dios magnifica su misericordia al darnos libre acceso a través de Su Hijo, a pesar de nuestro pecado, a la única realidad que puede satisfacer nuestra hambre de sed y justicia (Salmo 16:11; 42:2). 

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