Romanos 3:24

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Siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús.

Todo creyente recibe la gracia de Dios como resultado de responder a las buenas nuevas. Y las buenas nuevas son que la salvación es por gracia.

El apóstol Pablo dijo: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8-9). La gracia de Dios que trae salvación ha aparecido para todas las personas. Se ofrece totalmente independiente de cualquier cosa que pudiéramos haber hecho para recibir el favor de Dios. Es el favor inmerecido de Dios, que en su misericordia y su clemencia nos da la salvación como un regalo. Lo único que tenemos que hacer es sencillamente responder creyendo en su Hijo.

Entramos en el reino de Dios solo por la gracia de Dios. No hay lugar para la propia alabanza ni la proeza humana. Recuerde darle gracias a Dios por concederle una salvación tan misericordiosa.» 

«Te alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras; Estoy maravillado, Y mi alma lo sabe muy bien.» (Salmos 139:14).

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Salmo 34:1-2

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Bendeciré a Jehová en todo tiempo; Su alabanza estará de continuo en mi boca. En Jehová se gloriará mi alma; Lo oirán los mansos, y se alegrarán.

Es muy fácil mantenerse ocupado sirviendo a Dios: cantar, enseñar, predicar y evangelizar. Nada de eso es malo; de hecho, todo es bueno. Pero a menudo puede ser un intento fallido de relacionarnos con el Padre celestial.

¿Por qué podemos llegar a elegir tener una cercanía artificial con el Señor cuando todo lo que quiere darnos es auténtico? Una de las razones es que ser conocido por Dios y recibir su gracia requiere de nuestra vulnerabilidad y humildad. Después de todo, no hay nada que podamos hacer para expiar nuestros pecados. Otra razón es que todas las relaciones exitosas, incluyendo la que tenemos con Dios, requieren esfuerzo.

En algún momento, tenemos que dejar de solo hacer cosas para el Señor, y entonces comenzar a disfrutar estar con Él. Ahí es donde comienza nuestra relación personal con Dios. Cuando leemos la Biblia y llenamos nuestra mente con su verdad, podemos conocer y obedecer los principios de nuestro Padre celestial. Una vida de oración vibrante también es esencial para relacionarnos con Dios. Pero nada de eso sucede así como así, se requiere esfuerzo e intencionalidad.

Cuando vivimos en íntima comunión con Dios, el deseo de esforzarnos por alcanzar la santidad con nuestras propias fuerzas desaparece. Y entonces nuestro servicio, nuestras ofrendas y nuestra adoración glorificarán al Padre celestial de verdad.»

«Cercano está Jehová a todos los que le invocan, A todos los que le invocan de veras.» (Salmos 145:18). 

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Isaías 25:1

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Jehová, tú eres mi Dios; te exaltaré, alabaré tu nombre, porque has hecho maravillas; tus consejos antiguos son verdad y firmeza.

Aunque algunas situaciones de la Biblia no parezcan tener sentido para nosotros, ninguna fue casualidad. Dios, quien conoce todas las cosas y ve el final desde el principio, estuvo trabajando en su plan de redención en todo momento.

Considere el hecho de que un censo del gobierno obligó a María a viajar en su noveno mes de embarazo, y es probable que César Augusto pensara que el censo fue idea suya. Pero la realidad es que su autoridad estaba siendo anulada. Dios estaba llevando a esta familia a Belén, cumpliendo una profecía que Miqueas había escrito siglos antes: “Pero tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel; y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad” (Miqueas 5.2).

Después de soportar un viaje incómodo, José y María solo pudieron encontrar un establo, con un pesebre para la cuna del bebé. No era un lugar adecuado para un Rey. Pero esto, tampoco, fue casualidad: el Padre celestial había decidido que el Cordero de Dios nacería en un lugar humilde.

¿Qué circunstancias difíciles está usted enfrentando hoy? ¿Se pregunta por qué el Padre celestial permite esas pruebas? Tenga la seguridad de que el Señor lo sabe todo, y de que tiene un buen propósito.

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Romanos 12:21

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No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal.

Alguien dijo de manera muy acertada; lo siguiente:

“Devolver mal por bien, es actuar como Satanás,

devolver mal por mal, es actuar como las bestias,

devolver bien por bien, es actuar como los hombres,

devolver bien por mal, es actuar como un hijo de Dios”

Devolver bien por mal es una de las obligaciones más difíciles de un cristiano. Pero desde la época del Antiguo Testamento, esa ha sido la orden de Dios para el creyente: “Si el que te aborrece tuviere hambre, dale de comer pan, y si tuviere sed, dale de beber agua; Porque ascuas amontonarás sobre su cabeza, y Jehová te lo pagará” (Proverbios 25:21-22).

La expresión “ascuas amontonarás sobre su cabeza” se refería a una antigua costumbre egipcia. Una persona que quería mostrar arrepentimiento público llevaba sobre la cabeza una sartén de carbones encendidos para simbolizar el ardiente dolor de su vergüenza y de su culpa. Cuando usted ama a un enemigo tanto como para esforzarse por satisfacer sus necesidades, espera avergonzarlo por el odio que le tiene a usted.

A fin de evitar ser vencido por el mal que se le ha hecho, en primer lugar no debe dejar que lo agobie. En segundo lugar, no debe permitir que lo opriman sus propias reacciones indebidas. En ambos casos, el mal mismo debe ser vencido por el bien.

«Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos? Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen también así los gentiles? Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto.» (Mateo 5:46-48).

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Lucas 1:45-47

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Bienaventurada la que creyó, porque se cumplirá lo que le fue dicho de parte del Señor. Entonces María dijo: Engrandece mi alma al Señor; Y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador.

(Isaías 7:14) dice: “…El Señor mismo os dará señal: He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel”. Esa virgen se llamaba María.

Sin embargo, el nombre Emanuel es la clave de este versículo, y el corazón de la historia de la Navidad. Es un nombre hebreo que literalmente significa “Dios con nosotros”. Es una promesa de la deidad encarnada, una profecía de que Dios mismo aparecería como un niño humano, Emanuel, “Dios con nosotros”. Ese niñito que iba a nacer sería Dios mismo en forma humana.

Si pudiéramos condensar todas las verdades de la Navidad en solo tres palabras, estas serían las palabras: “Dios con nosotros”. Tenemos la tendencia a enfocar nuestra atención en Navidad en la infancia de Cristo. La más grande verdad de esa festividad es su deidad. ¡Más asombroso que un niño en el pesebre es la verdad de que este niño prometido es el Creador omnipotente de los cielos y la tierra!» 

«El es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación. Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten;» (Colosenses 1:15-17). 

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2 Timoteo 1:6-8

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Por lo cual te aconsejo que avives el fuego del don de Dios que está en ti por la imposición de mis manos. Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio. Por tanto, no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor.

Sabemos cómo entendía Pablo la tremenda responsabilidad de que se le hubiera confiado el evangelio. Sabiendo que un día tendría que rendir cuentas al Señor de cómo llevó a cabo su llamado, el apóstol estuvo dispuesto a sufrir por causa de Cristo para cumplir la tarea. Como creyentes, nosotros también tenemos la obligación de compartir el evangelio con quienes Dios traiga a nuestra vida. Y sería prudente considerar cuál es nuestro nivel de compromiso.

Pablo se sentía obligado a hablar sobre el Salvador. De hecho, dijo: «Pues si anuncio el evangelio, no tengo por qué gloriarme; porque me es impuesta necesidad; y ¡ay de mí si no anunciare el evangelio!» (1 Corintios 9:16). Sin que le importara cómo era tratado, no se avergonzaba del mensaje de Cristo, por lo cual seguía advirtiendo a los incrédulos sobre las consecuencias eternas de ignorar el misericordioso ofrecimiento de salvación del Señor.

Es posible que no queramos advertir a las personas sobre el juicio de Dios, por temor a alejarlas de Él. Pero, en realidad, las personas que viven en la oscuridad espiritual ya están lejos del Señor y necesitan escuchar su ofrecimiento de perdón. Pablo estuvo incluso dispuesto a morir para difundir el mensaje. Si nos dejamos impulsar por su ejemplo, descubriremos una valentía repentina para compartir nuestra fe.

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Salmo 63:1

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Dios, Dios mío eres tú; De madrugada te buscaré; Mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela…

El amor de David por el Señor nos inspira a desear esa misma clase de relación. Pero ¿de dónde viene esa pasión por Dios? No se fabrica ni se crea mediante el esfuerzo o la fuerza de voluntad, ni podemos esforzarnos por alcanzar un estado emocional genuino de anhelo. El amor a Dios viene solo de Él, como un regalo para quienes pertenecen a Cristo, «Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero.» (1 Juan 4:19).

Esto significa que los únicos que en verdad pueden tener hambre y sed de Dios son los creyentes. El resto de la gente anhela riqueza, seguridad, control o prominencia —cosas que creen erróneamente que les dará lo que su alma necesita. Muchos van por la vida tratando de establecer todo tipo de conexiones interpersonales, con la esperanza de satisfacer deseos que ni siquiera entienden. Con mucha frecuencia, el resultado son relaciones vacías, trabajo excesivo y conducta inmoral.

David sabía que Dios era la única solución al anhelo constante de su corazón. Como dijo Agustín de Hipona: “Nuestro corazón andará siempre inquieto mientras no descanse en [Él]”. ¿Se siente vacío por tratar de satisfacer su alma con algo que no sea el Señor? Venga a Él con todo su corazón, y descubra la llenura que Dios ofrece.

«…Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre.» (Eclesiastés 12:13).

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Romanos 8:5-7

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Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu. Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz. Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden.

Aunque los cristianos están familiarizados con el evangelio, muchos son reacios a compartir su fe. Una razón es porque no se sienten capaces de explicarlo bien y temen las reacciones negativas o las preguntas que no podrán responder. Pero debemos recordar que Dios nos ha dado el mensaje más importante del mundo.

El apóstol Pablo recibía con agrado la oportunidad de hablar a la gente acerca de Cristo. Esto se debe a que experimentó el poder transformador del evangelio y se enfocó en ello en lugar de hacerlo en las reacciones negativas que pudiera encontrar. A menudo, la razón por la que nos avergonzamos de hablar de nuestra fe es una preocupación egoísta. Pero si comenzamos a mirar a los perdidos y le pedimos a Dios que nos abra una puerta para compartir nuestra fe, Él responderá esa oración.

Tendemos a distraernos con actividades temporales que al final se desvanecen. Pero las almas son para siempre, y la gente necesita conocer al Salvador. Por eso es importante que entendamos el evangelio lo suficientemente bien como para presentarlo con confianza y valentía. No podemos dejar que el miedo o la ignorancia nos impidan dar a un mundo perdido el único mensaje que puede cambiar el destino eterno de una persona.

«Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego.» (Romanos 1:16).

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Proverbios 12:22

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Los labios mentirosos son abominación a Jehová; Pero los que hacen verdad son su contentamiento.

¿Por qué es tan fácil mentir?  Decir algo falso es algo que todos hacíamos cuando éramos niños, pero mentir puede hacer tropezar aun a cristianos de toda la vida. El motivo subyacente para ceder al engaño suele ser el deseo de protegernos de alguna manera. Mentimos para salir de problemas, evitar una situación indeseable, obtener beneficio económico, ser aceptados, reforzar nuestra imagen, ocultar nuestras fallas, o por otras razones que a nuestro parecer nos benefician.

La obediencia a Dios vale mucho más que cualquier cosa que podamos ganar diciendo mentiras o adulterando la verdad en un esfuerzo por mantenernos a salvo.

¿Está dispuesto a comprometerse a decir la verdad aun cuando sea costoso? Falsear la información de la declaración de impuestos, aparentar lo que uno no es en las redes sociales, o restar importancia a un error de cálculo a su favor en un recibo y otras cosas más, no es justificable. Hablar verdad, obedecer, agradar al Señor y dejar las consecuencias en sus manos será siempre lo mejor que podemos hacer.»

El testigo falso no quedará sin castigo, Y el que habla mentiras no escapará. Proverbios 19:5.

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Santiago 1:16-17

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Amados hermanos míos, no erréis. Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación

Nuestro Padre celestial nos colma de muchos buenos regalos, pero el que los supera a todos es su Hijo, «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.» (Juan 3:16). El eterno Creador de todas las cosas se revistió de humanidad para venir al mundo como un bebé. Aunque Él parecía insignificante para el mundo, es el mejor y más necesario regalo que hemos recibido.

El pecado ha arruinado a la humanidad, dejándonos bajo la ira de Dios y en una condición desesperada. Necesitamos el perdón de los pecados, la liberación del juicio divino y la eliminación de nuestra culpa. El Señor Jesús vino a hacer todo esto por aquellos de nosotros que lo recibimos por medio de la fe (los ojos del alma).

Pero el regalo de Dios no termina ahí. Cuando confiamos en Cristo para salvación, nos convertimos en los hijos amados del Padre, que recibiremos una gloriosa herencia en el cielo. Y, mientras tanto, Él provee todo lo que necesitamos para la vida y la piedad.

«Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia,» (2 Pedro 1:3).

¿Ha recibido usted por fe el regalo del Hijo de Dios, o lo ha mantenido como un bebé en el pesebre, para ser recordado solo en Navidad? Si pone su fe en Él hoy, disfrutará de las extraordinarias bendiciones que solo se encuentran en Cristo. 

«Vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad,» (Romanos 2:7).

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