Lucas 10:39-42

fijo

Quizás conozca la historia de María y Marta, las dos hermanas que recibieron con alegría a Cristo en su hogar. Como muchos de nosotros, Marta se ocupó de que el Señor estuviera bien servido. Mientras tanto, María se sentó con el Señor y lo escuchó. Después de un rato, Jesús dijo a Marta: “…Afanada y turbada estás con muchas cosas; pero solo una cosa es necesaria…” (Lucas 10.41, 42).

Ninguna de las tareas que hacía Marta era mala o equivocada, pero el Señor le señaló con gentileza que sus tareas la estaban distrayendo de pasar tiempo con Él. De igual modo, el Señor no nos pide que abandonemos nuestras tareas. De hecho, mucho de lo que hacemos a diario es importante, pero debemos ser capaces de discernir lo bueno de lo mejor, saber también cuándo hemos permitido que otra cosa ocupe el lugar del Señor en el trono. Recuerde que nuestra relación con Él es lo más valioso que tenemos.

PIENSE EN ESTO:

• Reajustar las prioridades de nuestro corazón no es cosa de una sola vez. Pregúntele al Espíritu Santo qué puede estar desviando su atención del Señor.

• ¿Cómo se siente al saber que su atención plena honra a Dios?

Decir, hacer

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Entre lo que veo y digo,

entre lo que digo y callo,

entre lo que callo y sueño,

entre lo que sueño y olvido

la poesía

se desliza entre el sí y el no:

dice

lo que callo,

calla

lo que digo,

sueña

lo que olvido.

No es un decir: es un hacer.

Es un hacer que es un decir.

La poesía se dice y se oye: es real.

Y apenas digo es real, se disipa.

¿Así es más real?

Idea palpable,

palabra impalpable: 

la poesía va y viene entre lo que es

y lo que no es.

Teje reflejos y los desteje.

La poesía

siembra ojos en las páginas

siembra palabras en los ojos.

Los ojos hablan

las palabras miran,

las miradas piensan.

Oír los pensamientos,

ver lo que decimos,

tocar el cuerpo de la idea.

Los ojos se cierran

las palabras se abren.

Pablo Neruda. Chile (1904-1973)

Hechos 6:3

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Buscad, pues, hermanos, de entre vosotros a siete varones de buen testimonio, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, a quienes encarguemos de este trabajo.

Un testimonio es la expresión pública de fe en Cristo de una persona. Pero nuestra declaración de fe es mucho más que la historia que contamos. Un buen testigo para el Señor consiste en tres partes: carácter, conducta y conversación.

Como cristianos, ponemos un gran énfasis en la elaboración de un relato personal sólido de la obra del Señor en nuestra vida. También hablamos de las maneras en que podemos mostrar a Jesucristo a nuestros amigos, familiares y compañeros de trabajo a través de nuestras acciones. Pero el carácter es la parte del testimonio de cada creyente que subyace (que no se percibe a simple vista), tanto en la conducta cristiana como en la historia de una vida transparente.

No podemos engañar a Dios ni fingir ante el mundo por mucho tiempo. Tarde o temprano, el orgullo, el resentimiento y la hostilidad producirán acciones y palabras contrarias al mensaje de Cristo; por el contrario, la santidad producirá verdadero fruto espiritual. 

«Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley.» (Gálatas 5:22-23). 

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Mateo 14:29-31

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Y él dijo: Ven. Y descendiendo Pedro de la barca, andaba sobre las aguas para ir a Jesús. Pero al ver el fuerte viento, tuvo miedo; y comenzando a hundirse, dio voces, diciendo: ¡Señor, sálvame! Al momento Jesús, extendiendo la mano, asió de él, y le dijo: ¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?

El temor intentará dominar y gobernar nuestro corazón para guiarnos a pensamientos incorrectos, pero hemos de permanecer enfocados en Jesús para lograr lo que nunca antes hemos alcanzado: caminar sobre los problemas.

No te distraigas ni pongas tu mirada en situaciones y lugares equivocados, porque perderás la orientación y terminarás cayendo. Cuando quitas la mirada de Jesús y comienzas a mirar a otras cosas y aún a confiar en personas, tiendes a compararte con ellas y a dejar de buscar el propósito de Dios para ti. Socialmente  estamos rodeados de modelos equivocados que se miden por lo que tienen y no por lo que son. Modelos vacíos, huecos, sin valores ni principios. 

Cuando dejamos de mirar a Jesús, fijamos nuestros ojos en las cosas que nos rodean y somos deslumbrados por atracciones mentirosas que Satanás mismo nos ofrece. Buscará seducirnos, incentivará nuestras sensaciones y emociones para que quitemos nuestra mirada del Señor. Debemos alejarnos de todo lo que pretenda hacernos apartar nuestros ojos de Jesús.

Por último, la otra gran trampa está dentro de nosotros mismos: al mirarnos, luego nos concentramos en fracasos, y nos sentiremos atrapados en un pozo de depresión. Concentrarse en frustraciones nos llevará al camino de la desilusión.

La vida cristiana es una invitación a caminar en medio de las tormentas, pero podremos hacerlo cuando tenemos nuestra vista sobre la Persona correcta: «Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe…» (Hebreos 12:2).

Mientras así lo hagamos, nuestros pasos serán firmes. 

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Anónimo

Romanos 6:4

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...Así también nosotros andemos en vida nueva

El propósito del sacrificio expiatorio de Cristo fue que “…nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia…” (1 Pedro 2:24). Pedro no dice que Cristo murió para que pudiéramos ir al cielo, tener paz o experimentar el amor (aunque es parte de los beneficios que recibimos). Él murió para efectuar una transformación: hacer santos de pecadores. La obra expiatoria de Cristo permite que una persona se aparte del pecado y que entre en una nueva forma de vida: una vida de justicia.

El apóstol Pablo dijo: “…Nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado” (Romanos 6:6). Hemos muerto al pecado, de modo que ya no tiene poder sobre nosotros. Nuestra identificación con Cristo en su muerte es un abandono del pecado y una nueva dirección en la vida.

«De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.» (2 Corintios 5:17).

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Anónimo

Juan 14:21

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El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama...

Si pudiera simplificar la vida cristiana a una sola cosa, sería la obediencia. No quiero decir simplemente obediencia externa, sino un espíritu de obediencia. No es como la niñita que siguió de pie después que su padre le había dicho muchas veces que se sentara. Por último su padre le dijo: “Siéntate, o voy a darte una disciplina”. Ella se sentó pero miró hacia arriba y dijo: “Estoy sentada, ¡pero en mi corazón estoy de pie!” Obediencia externa pero desobediencia en el corazón. Un cristiano ha de estar dispuesto a obedecer externamente, pero mayormente de corazón. 

«Dice, pues, el Señor: Porque este pueblo se acerca a mí con su boca, y con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mí, y su temor de mí no es más que un mandamiento de hombres que les ha sido enseñado;» (Isaías 29:13). 

Una evidencia de madurez espiritual es amar a Dios tanto como para obedecerlo aun cuando es difícil. Dios es glorificado cuando de buena gana lo obedecemos cueste lo que cueste. Cada vez que obedecemos, crecemos espiritualmente, y cada vez que desobedecemos, retardamos nuestro crecimiento. 

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Anónimo

En el otoño

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Hoy,

en el otoño de nuestras vidas,

abrazamos y acariciamos

con infinita nostalgia,

miles de recuerdos.

La travesura escondida,

los primeros besos fortuitos,

robado el amor imposible que nos ignoró siempre,

los nervios ante exámenes difíciles,

el vestido sin estrenar,

la amiga que nos traicionó

o aquella que alzó sus alas y nos dejó.

Hoy,

viviendo el otoño,

disfrutamos de las hojas caídas,

del sol brillante que anuncia los días,

de la luna traviesa que se esconde entre las nubes.

Hoy,

viviendo en el otoño existencial

nos reímos de aquello que nos atormentaba,

nos perdonamos por no haber llegado a donde quisimos llegar.

Viviendo el otoño de nuestras vidas

el valor de las cosas cambia de sentido.

Valoramos más los abrazos,

los amigos sinceros,

los besos furtivos de los hijos construyendo sus vidas,

los besos mojados de los nietos inquietos.

Amamos diferente y más profundamente al compañero de vida,

sí, ese que ha hecho la travesía vital a tu lado.

Valoramos la soledad y la compañía.

Esa doble dimensión de saber estar sola contigo misma

y compartir tu alma y sus anhelos con tus amigas.

Hoy,

viviendo mi propio otoño

no tengo lamentos, remordimientos y temores.

Solo quiero disfrutar cada día,

tener sueños,

planes y proyectos.

Y decir gracias al Dios de la vida

mientras espero el frío invierno existencial

y, por qué no, la despedida.

Mukien A. Sang Ben. Rep. Dominicana (1955 – )

El caracol herido

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El caracol Colcol,

el otro día,

no sacó sus cuernos al sol

porque llovía.

El caracol Colcol,

cuando dormía la siesta,

rodó por una cuesta

y se rompió la testa.

(Se estrelló en la carretera).

Le vió un perro galgo.

-Señor caracol, ¿le pasa algo?

-¡Ay, ay, ay, de ésta no salgo!

-¿Se ha roto la cabeza?

-¡No! ¡Me he roto la casa!

Llévame al veterinario

que me ponga una gasa,

una gasa, una gasa.

-Mejor, un esparadrapo

-dijo el doctor don Sapo.

-Doctor don Sapo, usted sepa

que tengo goteras;

la lluvia cala mi casa,

que me he roto la azotea.

El veterinario le operó.

Le curó la concha,

le juntó los pedazos,

le puso unas tiritas

de arriba abajo.

¡Qué trabajo!

Después le escayoló

y el caracol Colcol

se convirtió

en una pelota de pimpón.

Cuando le quitaron la escayola,

el caracol sacó los cuernos y dijo:

-¡Hola!

Gloria Fuerte.

España (1908-1998)