Vino palabra del Señor a Jonás, hijo de Amitai, diciendo: Levántate, ve a Nínive, la gran ciudad, y proclama contra ella, porque su maldad ha subido hasta mí. Pero Jonás se levantó para huir a Tarsis, lejos de la presencia del Señor. Y descendiendo a Jope, encontró un barco que iba a Tarsis, pagó el pasaje y entró en él para ir con ellos a Tarsis, lejos de la presencia del Señor (Jonás 1:1-3)
¿Alguna vez ha tratado de huir de Dios? La mayoría de nosotros no intentaremos escapar físicamente huyendo a otro lugar, como lo hizo Jonás. Pero somos expertos en ignorar los mandatos de Dios, en distraernos con las ocupaciones, y ofrecer un plan alternativo en lugar de la total obediencia. No importa cómo lo justifiquemos y nos excusemos, la rebelión solo conduce al dolor y al sufrimiento.
Mientras huía del Señor, Jonás pasó por alto algunos aspectos esenciales que todos deberíamos tener en cuenta. Supuso equivocadamente que huir sería una manera de evitar obedecer a Dios, pero el Señor no se deja disuadir por nuestros intentos de manipulación. Como escribió David en una ocasión, «Si tomare las alas del alba y habitare en el extremo del mar, aun allí me guiará tu mano, y me asirá tu diestra.» (Salmo 139:9-10).
Jonás también pasó por alto el hecho de que la desobediencia, en sentido figurado, hace descender a una persona. Observe que el renuente profeta en realidad experimentó esto de una manera más literal también, pues después de descender a Jope, bajó a un barco y terminó sumergido en las profundidades del mar, «Y tomaron a Jonás, y lo echaron al mar; y el mar se aquietó de su furor.» (Jonás 1:15).
Huir de Dios es inútil; no hay lugar para esconderse porque siempre estamos a la vista del Señor. Por eso, en vez de tratar de huir de su presencia, recibamos con complacencia.
Lee. Medita. Aplica.
Anónimo