Salmo 42:5-6

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¿Por qué te abates, oh alma mía, Y te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, Salvación mía y Dios mío. Dios mío, mi alma está abatida en mí; Me acordaré, por tanto, de ti…

¿A dónde acude usted en medio de problemas? Para los creyentes, la primera respuesta debe ser clamar al Señor por ayuda. Eso es justo lo que vemos en el pasaje de hoy. Cuando el salmista estaba desesperado, su alma anhelaba a Dios. Sabía que, incluso en medio de la fuerte adversidad, podía contar con el amor inagotable del Señor, que se derramaba sobre él, «Pero de día mandará Jehová su misericordia, Y de noche su cántico estará conmigo, Y mi oración al Dios de mi vida.» (Salmos 42:8). Era una verdad que le daba esperanza y la capacidad de alabar al Señor, incluso en medio de sus problemas.

Este es un tema recurrente en los salmos, muchos de los cuales comienzan con imágenes de desesperación y desesperanza, pero terminan con afirmaciones del amor infalible de Dios. A menudo, a Él se le describe como una roca, un baluarte o un refugio en tiempos de dificultades.

Cuando usted se sienta abrumado por las dificultades y la desesperación, acuda a los salmos en busca de aliento y esperanza. En los buenos tiempos, podemos fácilmente alejarnos de Dios, pero la adversidad nos lleva a acercarnos a Él con anhelo, no solo de liberación, sino también de comunión con nuestro Padre misericordioso. Entonces, al leer acerca de su amor y su fidelidad, encontramos esperanza y un fundamento seguro sobre el cual descansar.

«Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad.»  (Lamentaciones 3:22-23).

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Lucas 2:14

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¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres! Lucas 2:14

Como oímos tan a menudo, el comienzo de la vida terrenal de Cristo fue proclamada por ángeles que anunciaron paz en la tierra.

Nunca ha habido en realidad paz en la tierra, en el sentido en que pensamos en ella. Guerras y rumores de guerras han caracterizado dos milenios desde aquella primera Navidad, y todo el tiempo antes de ella.

Ese anuncio de paz en la tierra fue una proclamación con dos sentidos. En primer lugar, informó de la llegada del único que finalmente puede traer paz duradera a la tierra, «Pero el ángel les dijo: No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor.» (Lucas 2:10-11).

Pero más importante es que fue una proclamación de que la paz de Dios está a disposición de los hombres y las mujeres. Lea atentamente las palabras de Lucas 2:14: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres”.

¿Quiénes son esos para con quienes Él tiene buena voluntad? Los que han rendido su vida a la autoridad de su gobierno por medio de su Hijo Jesucristo.

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Jeremías 17:7

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Bendito el varón que confía en Jehová, y cuya confianza es Jehová.

La esperanza es la luz en medio de la oscuridad. No la ves; la sientes en tu corazón. Es una voz que te anima: «No todo está perdido. Necesitas confiar en Jesús. El siempre cumple sus promesas; jamás miente». 

Mientras vivas en este mundo, muchas veces las nubes de las dificultades oscurecerán tus días. En esas horas, la esperanza es la palanca que te levanta, la fuerza que te impulsa, la motivación que la victoria requiere. 

No te desanimes. ¡Hoy es un nuevo día! Hay sol por encima de las nubes que anuncian lluvia. La tormenta pasará, nada dura para siempre. Solo la esperanza permanece. La Biblia declara; «Para que por dos cosas inmutables, en las cuales es imposible que Dios mienta, tengamos un fortísimo consuelo los que hemos acudido para asirnos de la esperanza puesta delante de nosotros» Hebreos 6:18 .

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Filipenses 1:20-21

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conforme a mi anhelo y esperanza de que en nada seré avergonzado; antes bien con toda confianza, como siempre, ahora también será magnificado Cristo en mi cuerpo, o por vida o por muerte. Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia.

El versículo recuerda la promesa de Cristo en Mateo 10:32: “A cualquiera, pues, que me confiese delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos”. El que reconoce a Cristo como Señor en la vida o en la muerte, si fuera necesario, es a quien el Señor reconocerá delante de Dios como suyo.

El apóstol Pablo podía regocijarse en esa verdad. Sabía que nunca sería avergonzado ante el mundo, ante el tribunal del César ni ante Dios mismo porque sabía que Dios sería glorificado en su vida. El Antiguo Testamento afirma que los justos nunca serán avergonzados, mientras que los injustos sí lo serán.

Ser avergonzado quiere decir desalentado, desilusionado o desacreditado. Pablo sabía que eso nunca le sucedería gracias a la promesa de Dios a los justos. Pudiera haber tenido en mente Isaías 49:23: “…No se avergonzarán los que esperan en mí”. Sea usted uno de los que no se avergonzarán.

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Hebreos 3:7-8

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Por lo cual, como dice el Espíritu Santo: si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones…

Dios habla a todos. La manera en que reaccionamos depende de la condición de nuestro corazón. Al escuchar la voz del Señor, algunos creyentes se sienten motivados a mejorar su relación con Dios y a obedecerlo, mientras que otros lo rechazan debido a que sus corazones se han endurecido.

Un cambio de receptividad puede ser difícil de reconocer, pues ocurre poco a poco y a menudo se justifica o excusa. ¿Cómo reacciona usted cuando el Espíritu Santo le habla? Considere las siguientes características de un endurecimiento en desarrollo:

° Insensibilidad a lo que Dios dice

° Resistencia la a autoridad de Dios

° Desobediencia a lo que el Señor le pide que haga

° Justificación de la conducta pecaminosa

° Rechazo de la reprensión por parte de otros

° Obsesión por las cosas mundanas

° Poco interés en asuntos espirituales

° Poco interés por la lectura de la Biblia y la oración

° Negligencia para reunirse con otros creyentes para adorar

Se ha identificado con alguna de dichas conductas, no es demasiado tarde; pídale al Señor que moldee su corazón, «Ahora pues, Jehová, tú eres nuestro padre; nosotros barro, y tú el que nos formaste; así que obra de tus manos somos todos nosotros.» (Isaías 64:8) «Y les daré corazón para que me conozcan que yo soy Jehová; y me serán por pueblo, y yo les seré a ellos por Dios; porque se volverán a mí de todo su corazón.» (Jeremías 24:7). Recuerde que Él se especializa en hacer nuevas todas las cosas, «De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.» (2 Corintios 5:17) y se deleita cuando lo buscamos. 

«Cercano está Jehová a todos los que le invocan, A todos los que le invocan de veras.» (Salmos 145:18).

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Salmo 103:14-16

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Porque él conoce nuestra condición; Se acuerda de que somos polvo. El hombre, como la hierba son sus días; Florece como la flor del campo, Que pasó el viento por ella, y pereció,Y su lugar no la conocerá más. 

Nuestra cultura trata de posponer la muerte a toda costa, desesperadamente. Sin embargo, las vitaminas, el ejercicio y las dietas saludables acabarán siendo inútiles porque, como dice Santiago 4.14 «Porque ¿qué es vuestra vida? Ciertamente es neblina que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece.» Todos moriremos, pero los creyentes no tienen por qué temer. De hecho, el apóstol Pablo nos asegura que, lejos de ser un cambio terrible, la muerte física, en realidad, lleva a los creyentes a casa para estar con el Señor para siempre, «pero confiamos, y más quisiéramos estar ausentes del cuerpo, y presentes al Señor.»  (2 Corintios 5:8).

«Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia.» (Filipenses 1:21).

En última instancia, ninguno de nosotros tiene control sobre la duración de nuestra vida, porque todos los días ordenados para nosotros ya han sido escritos en el libro de Dios, «Y de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación;» (Hechos 17:26). Por tanto, lo importante es cómo usamos los días que Él nos ha asignado. Al compartir el amor del Señor de cerca y de lejos, debemos recordar que nuestra ciudadanía está en el cielo, «Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo;» (Filipenses 3:20); estamos de paso en esta vida terrenal como viajeros. Si nos volvemos demasiado cómodos aquí o buscamos encontrar nuestra seguridad y valor en el éxito mundano, no será posible mantener una perspectiva eterna.

¿Se ha distraído usted de lo eterno al vivir para disfrutar de lo temporal? La manera de cambiar su enfoque hacia el cielo es conocer y amar a Aquel que mora allí.

«Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios sino como sabios, aprovechando bien el tiempo…» (Efesios 5:15-16).

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Salmo 63:1-2

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Dios, Dios mío eres tú; De madrugada te buscaré; Mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela, En tierra seca y árida donde no hay aguas, Para ver tu poder y tu gloria, Así como te he mirado en el santuario.

Probablemente ha oído decir que la comida más importante del día es el desayuno. Un concepto parecido se aplica a nuestro corazón y a nuestra mente. El combustible que les damos cada mañana afecta en gran medida el resto del día.

David comenzaba su día con Dios. En el Salmo 63, dice que buscaba al Señor de madrugada (encarecidamente). Se despertaba con hambre de su Creador, y después de llenar su anhelante alma con la plenitud de Dios, exclamaba alabanzas y acciones de gracias al Señor. Incluso, al llegar la noche, en su cama, seguía pensando en su Padre celestial.

Imagine lo que es tener un día así, lleno de gozo y de gratitud a Dios, desde temprano hasta tarde por la noche. Esto es posible cuando apartamos el comienzo del día para pasarlo con el Señor, escuchando cómo nos habla a través de su Palabra, a la vez que nosotros le abrimos nuestro corazón en oración.

¿Le resulta difícil a usted pasar tiempo con el Señor cada mañana? Los hábitos que duran toda una vida comienzan con pasos pequeños, no grandes, y con resoluciones determinantes. Comience hoy, apartando al menos quince minutos en la mañana, especialmente antes de llenarse de una lista larga de compromisos. Hágalo durante varios días, y verá como el Señor empieza a satisfacer su alma y a aumentar su hambre de Él. 

«¡Oh, cuánto amo yo tu ley! Todo el día es ella mi meditación.» (Salmos 119:97).

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Lucas 14:33

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Cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo.

Pocos en la iglesia actual están consagrados a Jesucristo como lo estuvo el apóstol Pablo. Pablo ejemplifica lo que hablaba Cristo cuando dijo: “…Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame” (Lucas 9:23).

Pablo vivía tan entregado a nuestro Señor que no le importaba si vivía o moría. Esa es una actitud que prácticamente no se oye en nuestra época materialista y ególatra. La mayoría de las personas hoy viven para todo menos para lo que Pablo vivía.

Pablo seguía sintiendo gozo siempre que su Señor fuera glorificado, aun cuando fuera él mismo amenazado de muerte. Lo único que le importaba era que se siguiera difundiendo el evangelio, que se predicara a Cristo y que se exaltara al Señor. La fuente de su gozo estaba totalmente relacionada con el reino de Dios. 

Hágase un auto análisis, ¿se puede decir lo mismo de usted?

«Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios.» (1 Corintios 10:31).

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Deuteronomio 4:29

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Pero desde allí buscarás al Señor tu Dios, y lo hallarás si lo buscas con todo tu corazón y con toda tu alma.

Encontraremos a Dios cuando lo busquemos con todo nuestro corazón. Esa es una promesa bíblica en la que podemos confiar. Pero ¿qué hay que hacer para buscarlo?

Primero, debemos mostrar ciertas actitudes. Las Sagradas Escrituras nos instan a buscarlo de todo corazón, con diligencia, de continuo, con confianza y humildad. Estas cualidades son esenciales para el aprendizaje y el crecimiento espiritual.

Luego nos adentramos en la Palabra de Dios, estudiándola y meditándola con un corazón receptivo. También adoptamos la disciplina de la oración, porque es la manera principal de comunicarnos con Él, y Él con nosotros.

El siguiente paso es detenerse a pensar cómo está Dios trabajando en nuestras circunstancias. Piense en sus muestras de fidelidad para con usted en el pasado, y verá señales de cómo obró, aun en momentos de adversidad en su vida. Incluso, usted puede reconocer la participación del Señor en la vida de otros creyentes, y esa conciencia también puede enriquecer su crecimiento.

Cuando buscamos a Dios, descubrimos la capacidad de amarlo y servirlo. Si usted se ha sentido apático (indiferente o dejado) hacia el Padre celestial, piense en la posibilidad de buscarlo en una de las maneras que acabamos de describir, y ore para que eso despierte su amor por Él. 

«Cercano está Jehová a todos los que le invocan, A todos los que le invocan de veras.» (Salmos 145:18).

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Jonás 1:3

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Y Jonás se levantó para huir de la presencia de Jehová a Tarsis, y descendió a Jope, y halló una nave que partía para Tarsis; y pagando su pasaje, entró en ella para irse con ellos a Tarsis, lejos de la presencia de Jehová.

¿Alguna vez se ha negado a obedecer a Dios porque sus instrucciones eran algo que usted no quería hacer?

Ese fue el caso de Jonás. Los habitantes de Nínive eran asirios, un pueblo conocido por su agresividad y crueldad. Como eran enemigos de Israel, Jonás pensó que tenía una buena razón para resistir la orden del Señor de predicarles.

Aunque el objetivo era atraer a los ninivitas al arrepentimiento a través de la predicación de Jonás, el Señor también estaba trabajando para cambiar el espíritu carente de amor del profeta —Jonás no quería que esos gentiles experimentaran la gracia divina y el perdón. Aunque al final obedeció y fue a Nínive, su corazón no cambió.

Lo mismo puede ocurrirnos a nosotros. Es posible cumplir con las formalidades de la obediencia mientras que todavía albergamos resentimiento, ira y un espíritu rebelde. Primera a los Corintios 13.1-3 nos advierte que aun nuestros más grandes actos de obediencia, hechos sin amor, no nos benefician en nada. «si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve.» (1 Corintios 13:3).

El Padre celestial quiere más que un cumplimiento de mala gana; quiere que hagamos su voluntad de corazón, «no sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino como siervos de Cristo, de corazón haciendo la voluntad de Dios;» (Efesios 6:6).

La próxima vez que usted sea reacio (se resista) a obedecer al Señor, pídale que cambie su corazón. Él quiere que sus hijos no solo obedezcan, sino que también se deleiten en hacer su voluntad.

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