Si Tú me dices “¡Ven!”, lo dejo todo.
No volveré siquiera la mirada
para mirar a la mujer amada…
Pero dímelo fuerte, de tal modo,
que tu voz, como toque de llamada,
vibre hasta en el más íntimo recodo
del ser, levante el alma de su lodo
y hiera el corazón como una espada.
Si Tú me dices “¡Ven!”, todo lo dejo.
Llegaré a tu santuario casi viejo,
y al fulgor de la luz crepuscular;
mas de he compensarte mi retardo,
difundiéndome, ¡oh Cristo! como un nardo
de perfume sutil, ante tu altar.
Amado Nervo. México (1870-1919)