Hechos 6:3

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Buscad, pues, hermanos, de entre vosotros a siete varones de buen testimonio, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, a quienes encarguemos de este trabajo.

Un testimonio es la expresión pública de fe en Cristo de una persona. Pero nuestra declaración de fe es mucho más que la historia que contamos. Un buen testigo para el Señor consiste en tres partes: carácter, conducta y conversación.

Como cristianos, ponemos un gran énfasis en la elaboración de un relato personal sólido de la obra del Señor en nuestra vida. También hablamos de las maneras en que podemos mostrar a Jesucristo a nuestros amigos, familiares y compañeros de trabajo a través de nuestras acciones. Pero el carácter es la parte del testimonio de cada creyente que subyace (que no se percibe a simple vista), tanto en la conducta cristiana como en la historia de una vida transparente.

No podemos engañar a Dios ni fingir ante el mundo por mucho tiempo. Tarde o temprano, el orgullo, el resentimiento y la hostilidad producirán acciones y palabras contrarias al mensaje de Cristo; por el contrario, la santidad producirá verdadero fruto espiritual. 

«Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley.» (Gálatas 5:22-23). 

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Mateo 14:29-31

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Y él dijo: Ven. Y descendiendo Pedro de la barca, andaba sobre las aguas para ir a Jesús. Pero al ver el fuerte viento, tuvo miedo; y comenzando a hundirse, dio voces, diciendo: ¡Señor, sálvame! Al momento Jesús, extendiendo la mano, asió de él, y le dijo: ¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?

El temor intentará dominar y gobernar nuestro corazón para guiarnos a pensamientos incorrectos, pero hemos de permanecer enfocados en Jesús para lograr lo que nunca antes hemos alcanzado: caminar sobre los problemas.

No te distraigas ni pongas tu mirada en situaciones y lugares equivocados, porque perderás la orientación y terminarás cayendo. Cuando quitas la mirada de Jesús y comienzas a mirar a otras cosas y aún a confiar en personas, tiendes a compararte con ellas y a dejar de buscar el propósito de Dios para ti. Socialmente  estamos rodeados de modelos equivocados que se miden por lo que tienen y no por lo que son. Modelos vacíos, huecos, sin valores ni principios. 

Cuando dejamos de mirar a Jesús, fijamos nuestros ojos en las cosas que nos rodean y somos deslumbrados por atracciones mentirosas que Satanás mismo nos ofrece. Buscará seducirnos, incentivará nuestras sensaciones y emociones para que quitemos nuestra mirada del Señor. Debemos alejarnos de todo lo que pretenda hacernos apartar nuestros ojos de Jesús.

Por último, la otra gran trampa está dentro de nosotros mismos: al mirarnos, luego nos concentramos en fracasos, y nos sentiremos atrapados en un pozo de depresión. Concentrarse en frustraciones nos llevará al camino de la desilusión.

La vida cristiana es una invitación a caminar en medio de las tormentas, pero podremos hacerlo cuando tenemos nuestra vista sobre la Persona correcta: «Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe…» (Hebreos 12:2).

Mientras así lo hagamos, nuestros pasos serán firmes. 

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Anónimo

Romanos 6:4

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...Así también nosotros andemos en vida nueva

El propósito del sacrificio expiatorio de Cristo fue que “…nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia…” (1 Pedro 2:24). Pedro no dice que Cristo murió para que pudiéramos ir al cielo, tener paz o experimentar el amor (aunque es parte de los beneficios que recibimos). Él murió para efectuar una transformación: hacer santos de pecadores. La obra expiatoria de Cristo permite que una persona se aparte del pecado y que entre en una nueva forma de vida: una vida de justicia.

El apóstol Pablo dijo: “…Nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado” (Romanos 6:6). Hemos muerto al pecado, de modo que ya no tiene poder sobre nosotros. Nuestra identificación con Cristo en su muerte es un abandono del pecado y una nueva dirección en la vida.

«De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.» (2 Corintios 5:17).

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Anónimo

Juan 14:21

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El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama...

Si pudiera simplificar la vida cristiana a una sola cosa, sería la obediencia. No quiero decir simplemente obediencia externa, sino un espíritu de obediencia. No es como la niñita que siguió de pie después que su padre le había dicho muchas veces que se sentara. Por último su padre le dijo: “Siéntate, o voy a darte una disciplina”. Ella se sentó pero miró hacia arriba y dijo: “Estoy sentada, ¡pero en mi corazón estoy de pie!” Obediencia externa pero desobediencia en el corazón. Un cristiano ha de estar dispuesto a obedecer externamente, pero mayormente de corazón. 

«Dice, pues, el Señor: Porque este pueblo se acerca a mí con su boca, y con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mí, y su temor de mí no es más que un mandamiento de hombres que les ha sido enseñado;» (Isaías 29:13). 

Una evidencia de madurez espiritual es amar a Dios tanto como para obedecerlo aun cuando es difícil. Dios es glorificado cuando de buena gana lo obedecemos cueste lo que cueste. Cada vez que obedecemos, crecemos espiritualmente, y cada vez que desobedecemos, retardamos nuestro crecimiento. 

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Anónimo

2 Corintios 12:9

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Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo (2 Corintios 12:9).

Los problemas y el sufrimiento que experimentamos en la vida no ocurren solo por que sí. Dios actúa a través de ellos para nuestro bien. Es posible que no nos guste o no entendamos con exactitud lo que hace, pero conocer algunos de sus objetivos nos ayuda a confiar en Él y cooperar para cosechar los beneficios de la aflicción. Veamos algunos;

    ■Protección: Después de que el apóstol Pablo orara con fervor para que su aguijón en la carne le fuera quitado, Dios le reveló que era una protección contra el orgullo. Todos tenemos aspectos de debilidad que podrían llevarnos al pecado, y Dios en su sabiduría sabe cómo protegernos.

    ■Dependencia: El aguijón de Pablo, que lo hacía débil, también lo enseñó a depender de la gracia y del poder de Cristo. De la misma manera, los problemas a menudo nos impulsan a buscar al Señor con humilde dependencia; para entonces estar en posición de recibir la fortaleza divina que Él promete darnos.

    ■Perspectiva divina: Cuando el apóstol Pablo entendió al fin lo que el Señor trataba de hacer, vio su sufrimiento de manera diferente. Dejó de centrarse en su aflicción como un dolor y un obstáculo, y se sintió contento. Pudo regocijarse porque reconoció que el poder de Cristo en él era más importante que verse libre del dolor. «Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.» (Filipenses 4:13).

A menos que reconozcamos y entendamos que Dios siempre prioriza lo eterno sobre lo temporal, no entenderemos el valor del dolor en la aflicción.

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Anónimo

Romanos 5:1-2

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Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios (Romanos 5:1-2).

Los rápidos cambios del mundo pueden darnos una sensación de inquietud e incertidumbre. Podemos vernos agobiados por el sufrimiento a nuestro alrededor, la evolución de la tecnología que supera nuestra capacidad de absorberla, y la fluctuación diaria de los mercados financieros.

A medida que los problemas aumentan, aumenta el desaliento y perdemos esperanza. Sin embargo, basar nuestras esperanzas en la capacidad del hombre para resolver problemas o modificar una situación no es la solución. Solo obtenemos paz temporal cuando cambian las circunstancias o nuestra actitud exterior.

El problema de fondo es espiritual, es decir, el hombre tiene una naturaleza pecaminosa que está en enemistad con Dios. El pecado nos impulsa a mirar por nosotros mismos y buscar lo que deseamos. Ni nuestro intelecto ni nuestro talento cambian nuestra condición pecaminosa ni nos da paz. Pero quienes confían en Cristo como Salvador reciben una nueva naturaleza y se reconcilian con el Señor. Como sus hijos, no solo estamos en paz con Él, sino también recibimos poder para vivir en armonía unos con otros.

No importa cuánto cambie la vida o el mundo, continuamos con esperanza, ya que estamos anclados a un fundamento firme que nunca será sacudido.

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Anónimo

Juan 6:26-27

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Respondió Jesús y les dijo: De cierto, de cierto os digo que me buscáis, no porque habéis visto las señales, sino porque comisteis el pan y os saciasteis. Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece, la cual el Hijo del Hombre os dará; porque a éste señaló Dios el Padre (Juan 6:26-27).

Cuando Cristo estuvo en la tierra, lo seguía una vasta multitud. Venían por muchas razones, algunas nobles, otras egoístas. Lo mismo ocurre hoy en día. Es importante entender lo que motiva a la gente a venir a Cristo, ya que no todos los que lo buscan son seguidores en verdad. De hecho, cada uno de nosotros debe analizar su propio caminar y preguntarse: ¿Qué es lo que quiero de Él? ¿Qué tan comprometido estoy a ser su discípulo?

Muchas de las personas que siguieron a Jesucristo lo hicieron porque tenían necesidades que solo Él podía satisfacer. Dondequiera que iba, le llevaban enfermos y endemoniados.

Otros venían por sensacionalismo, para ver señales y milagros y sentir el placer de la emoción. Hoy en día, algunas personas asisten a la iglesia para animarse. Pero las experiencias gloriosas en las alturas siempre son seguidas por experiencias difíciles en el valle.

Los discípulos de Cristo lo siguieron porque de verdad creían que era el Mesías, el mismo Hijo de Dios, «Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.» (Mateo 16:16). Su compromiso iba más allá de las emociones. Querían conocer a Cristo y caminar con Él.

¿Está usted más interesado en lo que Dios puede hacer a su favor, que en estar con Él? Nuestras necesidades físicas y emocionales pueden llevarnos al Señor, pero no pueden sostener nuestro caminar con Él. Considere la perspectiva de comenzar revaluando su compromiso con el Señor.

Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; Pruébame y conoce mis pensamientos; Y ve si hay en mí camino de perversidad, Y guíame en el camino eterno. Salmos 139:23-24.

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Anónimo

1 Corintios 2:16

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Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿Quién le instruirá? Mas nosotros tenemos la mente de Cristo (1 Corintios 2:16).

Algunos suponen que la preocupación es resultado de pensar demasiado. Pero en realidad es el resultado de pensar muy poco en la dirección correcta. Cuando fuimos salvos, recibimos una nueva mente o manera de pensar. Ahora, nuestro modo de pensar debiera estar impregnado de pensamientos divinos y sobrenaturales.

«Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad.» (Filipenses 4:8).

El apóstol Pablo dijo: “Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu. Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz” (Romanos 8:5-6). Gracias al Espíritu de Dios en nuestra vida, pensamos a un nivel espiritual, no a un nivel carnal. Ahora bien, hay que cultivar esta nueva manera de pensar y proceder siendo diligentes en el estudio de la palabra de Dios, la Biblia.

Pablo también dijo: “Por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención” (1 Corintios 1:30). Como Dios nos da su sabiduría, podemos pensar los profundos pensamientos del Dios eterno.

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Anónimo

Hebreos 17:11

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Y éstos eran más nobles que los que estaban en Tesalónica, pues recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así (Hechos 17:11).

Es alarmante que nuestra cultura tiene más interés en la emoción y el pragmatismo que en pensar. Eso es evidente cuando las personas se preguntan muchas veces “¿Cómo me hará sentir eso?”, en vez de preguntarse “¿Es la verdad?”

Ese enfoque equivocado también es evidente en la teología actual, en la que predominan las preguntas “¿Dividirá?” y “¿Ofenderá?” en lugar de “¿Es correcto?” No hay muchas personas como las de Berea, a quienes la Biblia describe como “más nobles” porque estaban interesadas en buscar la verdad, no en las emociones ni en las circunstancias agradables.

«Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, cuando dijo: Este pueblo de labios me honra; Mas su corazón está lejos de mí. Pues en vano me honran, Enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres.» (Mateo 15:7-9).

Muchísimas personas van actualmente a la iglesia no a pensar ni a razonar acerca de la verdad, sino a experimentar ciertas emociones. Pero vivir de emociones en vez de pensar debidamente producirá inestabilidad. En su libro Your Mind Matters [Su mente tiene importancia], John Stott explica este punto: “El pecado tiene más efectos peligrosos en nuestra facultad de sentir que en nuestra facultad de pensar, ya que nuestras opiniones pueden comprobarse y regularse más fácilmente que nuestras experiencias con la verdad revelada”.

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Anónimo

1 Juan 4:9-10

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Sabemos que Dios nos ama. Esta verdad se repite en la iglesia y los creyentes a menudo recitamos versículos bíblicos sobre el tema. Sin embargo, ¿comprendemos realmente lo que significa ser cuidados de esta manera por el Creador del universo? Exploremos dos aspectos de su amor.

Primero, el amor de Dios no está influenciado por nada dentro o alrededor de nosotros porque es uno de Sus atributos inmutables. Sabemos que aun cuando vivíamos en pecado, Cristo murió por nosotros, «Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.» (Romanos 5:8). No hicimos nada para ganarnos su amor, y no podemos hacer nada para impedirlo.

Segundo, el amor divino es eterno. Los creyentes nunca serán separados del mismo. Efesios 1:4 nos dice que el Padre nos escogió desde antes de la fundación del mundo. Sabemos, por lo tanto, que su cuidado por nosotros siempre ha sido una realidad —y siempre lo será. «Según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él,» (Efesios 1:4).

Podemos confiar en Aquel que nos ama por completo. El Señor Jesús demostró su amor al morir en nuestro lugar para rescatarnos del pecado y sus consecuencias. Él promete permanecer con nosotros siempre, y nos redirige cuando nos desviamos. Ya sea que sintamos o no su presencia, su amor nos rodea y protege para siempre.

«…He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.» (Mateo 28:20). 

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Anónimo