Suave Patria

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Yo, que solo canté de la exquisita 

partitura del íntimo decoro,

alzo hoy la voz a la mitad del foro

a la manera del tenor que imita

la gutural modulación del bajo,

para cortar a la epopeya un gajo.

*

Navegaré por las olas civiles

con remos que no pesan, porque

van como los brazos del correo

chuán que remaba la marcha con fusiles.

Diré con una épica sordina:

la patria es impecable y diamantina.

*

Suave Patria:

permite que te envuelva en la más honda música

de selva con que me modelaste

todo entero, al golpe cadencioso de

las hachas y pájaros de oficio carpintero.

Patria: tu superficie es el maíz,

tus minas, el palacio del Rey de

Oros, y tu cielo, las garzas en desliz

y el relámpago verde de los loros.

*

El niño Dios te escrituró un establo,

y los veneros del petróleo, el diablo.

Sobre tu capital, cada hora vuela

ojerosa y pintada, en carretela;

y en tu provincia, del reloj en vela

que rondan los palomos colipavos,

las campanadas caen como centavos.

*

Patria: un mutilado territorio

se viste de percal y de abalorio.

Suave Patria: tu casa todavía

es tan grande, que el tren va por la

vía como aguinaldo de juguetería.

Y en el barullo de las estaciones,

con tu mirada de mestiza, pones

la inmensidad sobre los corazones.

¿Quién, en la noche que asusta a la

rana no miró, antes de saber del vicio,

del brazo de su novia, la galana

pólvora de los juegos de artificio?

*

Suave Patria: en tu tórrido festín

luces policromías de delfín,

y con tu pelo rubio se desposa

el alma, equilibrista chuparrosa,

y a tus dos trenzas de tabaco,

sabe ofrendar aguamiel toda mi

briosa raza de bailadores de jarabe.

Tu barro suena a plata, y en tu puño

su sonora miseria es alcancía;

y por las madrugadas del terruño,

en calles como espejos, se veía

el santo olor de la panadería.

*

Cuando nacemos, nos regalas nots,

después, un paraíso de compotas,

y luego te regalas toda entera

suave Patria, alacena y pajarera.

Al triste y feliz dices que sí,

que en tu lengua de amor prueben

de ti la picadura del ajonjolí.

¡Y en tu cielo nupcial, que cuando

truena tus deleites frenéticos 

nos llena!

Trueno de nuestras nubes, que nos baña

de locura, enloquece a la montaña,

requiebra a la mujer,

sana al lunático,

incorpora a los muertos, 

pide el Viático,

y al fin derrumba las madererías

de Dios sobre las tierras labrantías.

*

Trueno del temporal: oigo en tus quejas

crujir los esqueletos en parejas;

oigo lo que se fue,

lo que aún no toco,

y la hora actual con su vientre de coco.

Y oigo en el brinco de ida y venida

oh Trueno, la ruleta de mi vida.

Ramón López Velarde México (1888-1921)

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