Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer.
¿A quién no le encanta un hermoso ramo de flores? Son una delicia para los ojos y llenan la habitación de fragancia. Pero la verdad es que están muertas porque han sido desconectadas de la planta. Aunque puedan parecer vivas por un tiempo, terminarán marchitándose.
Esto es lo que estaba aseverando (afirmando) el Señor cuando utilizó una vid y sus ramas como ilustración de la vida de un creyente en Cristo. Una vez que somos salvos, nos convertimos en ramas de Cristo; el fruto se produce a medida que su vida fluye a través de nosotros, en cumplimiento de lo que el Señor oró por nosotros, «para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste.» (Juan 17:21.)
Nuestro Padre celestial nos ha dado esta relación permanente, pero a veces actuamos como si fuéramos la vid y Cristo existiera para cumplir nuestras órdenes. Fuimos diseñados para ser las ramas, y la única manera en que seremos fructíferos es permaneciendo en unión y sumisión a la fuente de nuestra vida, Jesucristo mismo.
Lee, Medita y Aplica!