Hebreos 12:1

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Despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante.

Cada vez que nos excusamos por nuestro pecado, culpamos a Dios. Adán lo hizo cuando Dios le preguntó acerca del comer el fruto prohibido. Él respondió: “La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí” (Génesis 3:12). Adán no aceptó la responsabilidad de su pecado, sino que culpó a Dios, de que le había dado a Eva.

El pecado nunca es culpa de Dios, ni es la culpa de una persona o circunstancia que Dios trajo a nuestra vida. Excusar el pecado pone en tela de juicio a Dios por algo que solo es nuestra culpa. Si decide castigarnos es porque lo merecemos.

«cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte. Amados hermanos míos, no erréis.» (Santiago 1:14-16).

Por eso la confesión de pecado es indispensable para el crecimiento espiritual. Cuando acepte la realidad de su pecado y lo confiese, tiene menos peso muerto que lo arrastre hacia abajo en el proceso de crecimiento. Como lo indica el versículo de hoy, aumentará su crecimiento cuando se despoje del peso del pecado mediante la confesión.

«El que encubre sus pecados no prosperará; Mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia.»(Proverbios 28:13).

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