Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo.
La Palabra de Dios revela que Jesucristo juzgará un día a toda persona que haya vivido en este mundo, «…Él (Jesucristo) es el que Dios ha puesto por Juez de vivos y muertos.» (Hechos 10:42). «en el día en que Dios juzgará por Jesucristo los secretos de los hombres…» (Romanos 2:16). Ese día, los incrédulos serán exiliados, apartados de la presencia de Dios, y los creyentes se presentarán delante del Señor Jesús con la plena comprensión de su gracia desbordante.
«Pero por tu dureza y por tu corazón no arrepentido, atesoras para ti mismo ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios, el cual pagará a cada uno conforme a sus obras: vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad, pero ira y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la injusticia;» (Romanos 2:5-8).
Sin embargo, los verdaderos seguidores del Salvador no tienen nada que temer, ya que este juicio no tiene el propósito de determinar la salvación que ya fue resuelta en el momento en que pusieron su fe por primera vez en el Hijo de Dios. Y como nos asegura (Romanos 8.1) «Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.» Por el contrario, el Señor juzgará a los suyos con el propósito de dar recompensas.
En otras palabras, aunque ninguno de nosotros pueda tener una vida intachable, no temeremos ese día ante nuestro Salvador. La comparecencia ante Cristo no es un castigo; es un recordatorio de que hemos sido perdonados.
Ese día, estaremos delante del Señor, vestidos con la justicia de Cristo y perdonados de todos los pecados. Y al fin comprenderemos por completo la profundidad y la amplitud de su gracia y de su amor por nosotros. Y todo esto será posible; «…Por Jesucristo; al cual sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.» (Hebreos 13:21).
Lee, Medita y Aplica!