Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud,sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.
El apóstol Pablo observó al mundo pagano y llegó a la conclusión de que su manera egoísta e inútil de pensar entenebrece el entendimiento y endurece el corazón. Eso, a su vez, lleva a la insensibilidad al pecado y a la conducta sin pudor, que entonces lleva a la obscenidad desvergonzada.
«Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido.» (Romanos 1:21).
Y no es en realidad muy diferente en la actualidad.
Los creyentes ni siquiera hemos de tener el mínimo interés en alguna de las malvadas características de los incrédulos. Debemos ser una luz sobre un monte, separados del mal que nos rodea. Debemos ser diferentes. No puede esconderse una ciudad sobre un monte. Debemos levantarnos como sal y luz. Pero si somos corrompidos por el sistema, nos volvemos inservibles.
Nuestro bendito Señor Jesucristo nos compró a costa de su propia vida. Nos dio una nueva naturaleza que es santa, sin mancha y santificada para siempre. Solo nos pide que vivamos conforme a lo que nos ha dado abandonando nuestra vieja manera de vivir y adoptando la nueva.
«Vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad.» (Efesios 4:24).
Lee, Medita y Aplica!