Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia…
Intentar ganarse el favor del Señor sería como correr un maratón sin una meta, escalar una montaña interminable o remar frenéticamente en los rápidos sin llegar a ninguna parte. Tales intentos de abrirnos pasos hacia Dios son agotadores e infructuosos, porque nunca podremos ser lo bastante buenos o hacer lo suficiente para ganar su aceptación. Solo hay una manera de recibir el favor de nuestro Padre celestial, y es a través de la fe en su Hijo, quien hizo todo el trabajo por nosotros.
El Todopoderoso nos buscó cuando todavía éramos pecadores, y envió a su Hijo a vivir una vida perfecta y morir una muerte sustitutiva por nosotros. Cristo tomó nuestros pecados y nos ofrece su justicia; lo único que tenemos que hacer es creer y recibir su regalo de perdón y vida eterna.
El favor del Señor es inmerecido y no puede ser ganado. Se da libremente a quienes no lo merecen, a través de la fe en Cristo, y continúa a lo largo de la vida del creyente. Da poder para obedecer, da la victoria sobre el pecado y proporciona acceso abierto al Padre por la oración. El rico y abundante favor de Dios está disponible para todos los que quieran recibirlo por fe. «…¿qué debo hacer para ser salvo? Ellos dijeron: Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo…» (Hechos 16:30-31). «Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre,» (1 Timoteo 2:5).
Lee, Medita y Aplica!