A todos los sedientos: Venid a las aguas; y los que no tienen dinero, venid, comprad y comed.
Venid, comprad sin dinero y sin precio, vino y leche. ¿Por qué gastáis el dinero en lo que no es pan, y vuestro trabajo en lo que no sacia? Oídme atentamente, y comed del bien, y se deleitará vuestra alma con grosura.
Inclinad vuestro oído, y venid a mí; oíd, y vivirá vuestra alma; y haré con vosotros pacto eterno…
¿Alguna vez se ha parado frente al refrigerador, sin buscar nada específico, pero con ganas de satisfacer su apetito? Otras veces, nuestro anhelo tiene que ver con algo distinto a la comida, tales como una carrera, pertenencias o relaciones. Nuestras almas tratan de encontrar satisfacción, pero nada en este mundo llena el vacío por completo.
Puesto que fuimos creados para relacionarnos con Dios, Él puso en lo más profundo de nuestro ser un anhelo por Él. Aunque no lo reconozcamos como tal, todos conocemos este sentimiento de insatisfacción y cada vez que intentamos encontrar satisfacción con sustitutos mundanos, la frustración y la desilusión son inevitables.
Podemos elegir llenar nuestras almas vacías con uno de los dos menús. El de Satanás es amplio y está lleno de opciones que prometen satisfacción y placer, tal vez por medio de riquezas, fama o aceptación. Sus opciones parecen traer satisfacción, pero son puro engaño. El menú de Dios, por otro lado, es «bastante pequeño»: ofrece solo una opción, el Señor Jesucristo. Él es el único que en realidad puede llenar el vacío.
¿Ha encontrado la satisfacción que busca, o siempre hay una vaga sensación de descontento en su alma? Al pasar tiempo concentrado y sin prisas con el Señor, Él le llenará como nada ni nadie puede hacerlo.
«Este Jesús es la piedra reprobada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo. Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos.» (Hechos 4:11-12).
Lee, Medita y Aplica!