2 Pedro 3:8-9

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Mas, oh amados, no ignoréis esto: que para con el Señor un día es como mil años, y mil años como un día. El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento.

A menudo, La aparente reacción lenta de Dios ante el pecado desconcierta a los creyentes. ¿Por qué se demora tanto en castigar a quienes violan sus principios? La respuesta se encuentra en 2 Pedro 3: El Señor es paciente para que todas las personas tengan la oportunidad de arrepentirse.

Por nuestra condición humana, a veces queremos que las personas sufran por sus malas acciones. Jonás huyó de su deber de predicar en Nínive, la brutal tierra enemiga de Israel. Estaba seguro de que si sus habitantes se arrepentían, su Dios misericordioso decidiría no destruir la ciudad, lo cual fue justo lo que sucedió. En vez de regocijarse por la victoria del Señor, el profeta se quejó de que Dios había tratado a los ninivitas con paciencia y misericordia, él dijo; «…porque sabía yo que tú eres Dios clemente y piadoso, tardo en enojarte, y de grande misericordia, y que te arrepientes del mal.» (Jonás 4:2). Jonás se enojó con Dios, a pesar de que él mismo había recibido su misericordia después de haberlo desobedecido. Es cierto que ser tragado y regurgitado por un pez no fue nada agradable, pero la vida del profeta se salvó.

La mayoría de las veces, los creyentes tenemos razones de sobra para alegrarnos de que el Señor, a diferencia de los seres humanos, sea lento para la ira. Cuando somos tercos, espera con paciencia que reaccionemos a la convicción del Espíritu Santo. La disciplina es dolorosa, tanto para quien la recibe como para quien la ejecuta. Dios prefiere que veamos nuestros pecados, que dejemos de pensar que nos estamos librando del castigo, y que regresemos a Él.

El Señor valora tanto el arrepentimiento y la comunión con Él, que está dispuesto a demorar el castigo; pero solo por un tiempo. Al final, su justicia demanda castigo. No piense que su disciplina no le alcanzará, haga lo correcto y vuelva su corazón a Dios. 

«Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo.» (2 Corintios 5:10).

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2 Pedro 3:17-18

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Así que vosotros, oh amados, sabiéndolo de antemano, guardaos, no sea que arrastrados por el error de los inicuos, caigáis de vuestra firmeza. Antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A él sea gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amén.

No importa cuán lejos se haya alejado de Dios, siempre es bienvenido a volver a Él. Esa es la enseñanza de la parábola del Señor acerca del hijo pródigo, el hijo insensato que siguió un camino lleno de placeres que lo llevó a la ruina, antes de regresar a su padre y encontrar la salvación, «Y volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros.» (Lucas 15:17-19). Cualquiera que sea su historia de distanciamiento, haga que este sea el día en que vuelva al Padre celestial.

Al igual que con cualquier pecado, el primer paso para retomar el rumbo es confesar su pecado, reconociendo que se ha alejado del Señor, «Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.» (1 Juan 1:9).

Luego debe arrepentirse. Si se pregunta cómo hacerlo, esto es lo que yo hago: cada mañana entrego mi vida al Señor. Durante el día, si considero que estoy yendo tras algo que va en contra de su plan, el Espíritu Santo me recuerda que no me pertenezco a mí mismo.

«¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios.» (1 Corintios 6:19-20)

En el pasaje de hoy, Pedro nos advierte que debemos estar en guardia contra actitudes e ideologías que nos alejen de la verdad (2 Pedro 3.17). En vez de eso, elija remar su bote salvavidas en la dirección del Señor, meditando en la Biblia, al orar y vivir en obediencia. La práctica de estas disciplinas espirituales mantiene nuestro interés en Dios.

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Romanos 12:9

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El amor sea sin fingimiento. Aborreced lo malo, seguid lo bueno.

El mal es la antítesis (lo opuesto) de la santidad, y por tanto, la antítesis de la piedad. Así que el hijo de Dios aborrece lo malo porque Dios aborrece el mal, «El temor de Jehová es aborrecer el mal; La soberbia y la arrogancia, el mal camino, Y la boca perversa, aborrezco.» (Proverbios 8:13).

Si verdaderamente usted ama a Dios aborrecerá toda forma de maldad. Como amaba tanto a Dios, David resolvió que, “corazón perverso se apartará de mí; no conoceré al malvado” (Salmo 101:4). El cristiano fiel no se compromete con lo malo.

«Porque en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz (porque el fruto del Espíritu es en toda bondad, justicia y verdad), comprobando lo que es agradable al Señor. Y no participéis en las obras infructuosas de las tinieblas, sino más bien reprendedlas;» (Efesios 5:8-11).

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Salmo 13:1

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¿Hasta cuándo, oh Señor? ¿Me olvidarás para siempre? ¿Hasta cuándo esconderás de mí tu rostro?

¿Responde Dios sus oraciones, o parece que no le está escuchando? No escuchar una respuesta puede ser muy desalentador, sobre todo cuando necesitamos la ayuda de Dios. Aunque a veces es imposible saber por qué Dios guarda silencio, Santiago ofrece algunas posibles razones:

EL PECADO: (Santiago 4.1, 2) “¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros? Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar…» El pecado no enfrentado dificulta la comunicación con Dios. Este puede haber sido el caso de los destinatarios de la carta de Santiago, que se peleaban unos con otros y sentían animosidad o enemistad entre ellos. 

LOS MOTIVOS EQUIVOCADOS: (Santiago 4.3) «Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites.» A veces, nuestras peticiones son egocéntricas. Santiago dice con toda claridad que Dios no responderá a este tipo de oración, que equivale a pedir que se haga nuestra voluntad, y no la del Padre celestial.

LOS DESEOS MUNDANOS: (Santiago 4.4) «¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios.» El mundo presenta filosofías engañosas que nos alejan de la devoción pura a Cristo. Cuando encontramos más placer en lo que el mundo ofrece, que en Jesucristo, nos volvemos vulnerables y nos desenfocamos con facilidad de lo que tiene valor eterno. Ya sea que nos demos cuenta o no, esto hace que nos opongamos a Dios.

Si usted reconoce alguno de estos obstáculos en su vida, la solución es clara: confiese su falta, y arrepiéntase de sus actitudes, acciones y deseos pecaminosos, «Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.» (1 Juan 1:9). Luego, dé gracias a Dios y regocíjese de la pureza que Él ofrece.

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Hechos 3:19

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Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio,

Nadie puede ir a Jesucristo a menos que se arrepienta. Jesús comenzó su ministerio proclamando la necesidad del arrepentimiento «Desde entonces comenzó Jesús a predicar, y a decir: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado.» (Mateo 4:17) y Pedro y Pablo siguieron proclamando. El arrepentimiento es una decisión consciente de apartarse del mundo, del pecado y del mal. ¡Es algo decisivo!

«Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.» (Romanos 6:23).

Si usted acudió a Jesucristo pensando que lo único que tenía que hacer era creer, pero que no tenía que confesar su pecado ni estar dispuesto a apartarse de la maldad de este mundo, no ha entendido el mensaje de salvación. La vida de muchas personas no ha cambiado nada desde que supuestamente creyeron en Cristo. Por ejemplo, algunas eran inmorales y siguen siendo inmorales. Algunas cometían adulterio y siguen cometiendo adulterio.  Algunos cometían fornicación y siguen cometiendo fornicación. Pero según las Sagradas Escrituras los fornicarios y los adúlteros no heredarán el reino de Dios.

Si verdaderamente usted es salvo, se esforzará por apartarse de los placeres, y del sistema anti-valores y anti-Dios, que impera en este mundo caído.

«El que encubre sus pecados no prosperará; Mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia.»(Proverbios 28:13).

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Isaías 55:1-3

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A todos los sedientos: Venid a las aguas; y los que no tienen dinero, venid, comprad y comed.

Venid, comprad sin dinero y sin precio, vino y leche. ¿Por qué gastáis el dinero en lo que no es pan, y vuestro trabajo en lo que no sacia? Oídme atentamente, y comed del bien, y se deleitará vuestra alma con grosura.

Inclinad vuestro oído, y venid a mí; oíd, y vivirá vuestra alma; y haré con vosotros pacto eterno…

¿Alguna vez se ha parado frente al refrigerador, sin buscar nada específico, pero con ganas de satisfacer su apetito? Otras veces, nuestro anhelo tiene que ver con algo distinto a la comida, tales como una carrera, pertenencias o relaciones. Nuestras almas tratan de encontrar satisfacción, pero nada en este mundo llena el vacío por completo.

Puesto que fuimos creados para relacionarnos con Dios, Él puso en lo más profundo de nuestro ser un anhelo por Él. Aunque no lo reconozcamos como tal, todos conocemos este sentimiento de insatisfacción y cada vez que intentamos encontrar satisfacción con sustitutos mundanos, la frustración y la desilusión son inevitables.

Podemos elegir llenar nuestras almas vacías con uno de los dos menús. El de Satanás es amplio y está lleno de opciones que prometen satisfacción y placer, tal vez por medio de riquezas, fama o aceptación. Sus opciones parecen traer satisfacción, pero son puro engaño. El menú de Dios, por otro lado, es «bastante pequeño»: ofrece solo una opción, el Señor Jesucristo. Él es el único que en realidad puede llenar el vacío.

¿Ha encontrado la satisfacción que busca, o siempre hay una vaga sensación de descontento en su alma? Al pasar tiempo concentrado y sin prisas con el Señor, Él le llenará como nada ni nadie puede hacerlo.

«Este Jesús es la piedra reprobada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo. Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos.» (Hechos 4:11-12).

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Salmo 42:5-6

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¿Por qué te abates, oh alma mía, Y te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, Salvación mía y Dios mío. Dios mío, mi alma está abatida en mí; me acordaré, por tanto, de ti…

¿A dónde acude usted en medio de problemas? Para los creyentes, la primera respuesta debe ser clamar al Señor por ayuda. Eso es justo lo que vemos en el pasaje de hoy. Cuando el salmista estaba desesperado, su alma anhelaba a Dios. Sabía que, incluso en medio de la fuerte adversidad, podía contar con el amor inagotable del Señor, que se derramaba sobre él, «Pero de día mandará Jehová su misericordia, Y de noche su cántico estará conmigo, Y mi oración al Dios de mi vida.» (Salmos 42:8). Era una verdad que le daba esperanza y la capacidad de alabar al Señor, incluso en medio de sus problemas.

Este es un tema recurrente en los salmos, muchos de los cuales comienzan con imágenes de desesperación y desesperanza, pero terminan con afirmaciones del amor infalible de Dios. A menudo, a Él se le describe como una roca, un baluarte o un refugio en tiempos de dificultades.

Cuando usted se sienta abrumado por las dificultades y la desesperación, acuda a los salmos en busca de aliento y esperanza. En los buenos tiempos, podemos fácilmente alejarnos de Dios, pero la adversidad nos lleva a acercarnos a Él con anhelo, no solo de liberación, sino también de comunión con nuestro Padre misericordioso. Entonces, al leer acerca de su amor y su fidelidad, encontramos esperanza y un fundamento seguro sobre el cual descansar.

«Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad.» (Lamentaciones 3:22-23).

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Efesios 4:30-32

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Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención. Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo.

¿Alguna vez ha considerado cómo ciertas de sus actitudes y acciones entristecen al Espíritu Santo? En el momento de la salvación, Él vino a morar en usted y le selló como posesión de Dios. Esto significa que usted ya no es su propio dueño, pues ahora pertenece al Señor y debe vivir de una manera que refleje a Cristo.

Es obvio para nosotros que mentir, adulterar y robar es malo, pero con frecuencia toleramos el sentir ira, amargura y resentimiento. Todas las áreas de nuestra vida se ven afectadas cuando nos negamos a extender a los demás el perdón que Cristo nos concedió con tanta generosidad.

Aunque el dolor y la injusticia de una ofensa pueden romper nuestro corazón, el negarnos a perdonar le niega a Dios la oportunidad de redimir la herida. Nosotros queremos que Él cambie al ofensor y haga que se arrepienta de lo que ha hecho, pero el Señor quiere transformarnos a nosotros. Un espíritu perdonador fluye de nuestra nueva naturaleza semejante a la de Cristo y nos permite ver a los demás con ojos de gracia y misericordia.

Y algo más que puede aumentar nuestra disposición a perdonar es un conocido principio del Sermón del monte del Señor Jesucristo: tratar a los demás de la misma manera que queremos que nos traten a nosotros, «Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas.» (Mateo 7:12).

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Romanos 12:21

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 No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal. 

Alguien dijo de manera muy acertada; lo siguiente:

“Devolver mal por bien, es actuar como Satanás,

Devolver mal por mal, es actuar como las bestias,

Devolver bien por bien, es actuar como los hombres,

Devolver bien por mal, es actuar como un hijo de Dios”

Devolver bien por mal es una de las obligaciones más difíciles de un cristiano. Pero desde la época del Antiguo Testamento, esa ha sido la orden de Dios para el creyente: “Si el que te aborrece tuviere hambre, dale de comer pan, y si tuviere sed, dale de beber agua; porque ascuas amontonarás sobre su cabeza, y Jehová te lo pagará” (Proverbios 25:21-22).

La expresión “ascuas amontonarás sobre su cabeza” se refería a una antigua costumbre egipcia. Una persona que quería mostrar arrepentimiento público llevaba sobre la cabeza una sartén de carbones encendidos para simbolizar el ardiente dolor de su vergüenza y de su culpa. Cuando usted ama a un enemigo tanto como para esforzarse por satisfacer sus necesidades, espera avergonzarlo por el odio que le tiene a usted.

A fin de evitar ser vencido por el mal que se le ha hecho, en primer lugar no debe dejar que lo agobie. En segundo lugar, no debe permitir que lo opriman sus propias reacciones indebidas. En ambos casos, el mal mismo debe ser vencido por el bien.

«Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos? Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen también así los gentiles? Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto.» (Mateo 5:46-48).

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Colosenses 3:12-13

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Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros.

Un regalo es algo que se da por voluntad propia y sin esperar un pago. Todo lo que tenemos es un regalo de Dios, en especial nuestra salvación. No hemos ganado nada, excepto la condenación por nuestro pecado, pero el Señor nos perdona por gracia a través de la fe en su Hijo.

Así como Dios nos concede el perdón que no merecemos ni podemos ganar, nosotros debemos dar de buena gana este mismo regalo inestimable a los demás. Perdonar significa “renunciar a toda pretensión de castigar o exigir una pena por un agravio”. No se pueden imponer ataduras o condiciones, o de lo contrario deja de ser un perdón.

Negarnos a perdonar es una esclavitud emocional que consume nuestra mente con los recuerdos de las ofensas pasadas, y llena nuestro corazón de una agitada inquietud y un deseo de venganza. Sus tentáculos llegan a lo más profundo del alma, afectando la salud espiritual y física. Pero el que se reviste de un corazón de amor, compasión y perdón recibirá la paz de Cristo. Cuando la Palabra de Dios habita en nosotros, la ira y el deseo de venganza se transformarán en alabanza y gratitud al Señor.

Muchas personas consideran que perdonar a quienes les han hecho daño es demasiado difícil. Pero el perdón no es algo que tengamos que fabricar en nosotros. El Salvador nos lo da de manera gratuita, y nuestra tarea es transmitirlo a los demás.

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