En el otoño

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Hoy,

en el otoño de nuestras vidas,

abrazamos y acariciamos

con infinita nostalgia,

miles de recuerdos.

La travesura escondida,

los primeros besos fortuitos,

robado el amor imposible que nos ignoró siempre,

los nervios ante exámenes difíciles,

el vestido sin estrenar,

la amiga que nos traicionó

o aquella que alzó sus alas y nos dejó.

Hoy,

viviendo el otoño,

disfrutamos de las hojas caídas,

del sol brillante que anuncia los días,

de la luna traviesa que se esconde entre las nubes.

Hoy,

viviendo en el otoño existencial

nos reímos de aquello que nos atormentaba,

nos perdonamos por no haber llegado a donde quisimos llegar.

Viviendo el otoño de nuestras vidas

el valor de las cosas cambia de sentido.

Valoramos más los abrazos,

los amigos sinceros,

los besos furtivos de los hijos construyendo sus vidas,

los besos mojados de los nietos inquietos.

Amamos diferente y más profundamente al compañero de vida,

sí, ese que ha hecho la travesía vital a tu lado.

Valoramos la soledad y la compañía.

Esa doble dimensión de saber estar sola contigo misma

y compartir tu alma y sus anhelos con tus amigas.

Hoy,

viviendo mi propio otoño

no tengo lamentos, remordimientos y temores.

Solo quiero disfrutar cada día,

tener sueños,

planes y proyectos.

Y decir gracias al Dios de la vida

mientras espero el frío invierno existencial

y, por qué no, la despedida.

Mukien A. Sang Ben. Rep. Dominicana (1955 – )

El caracol herido

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El caracol Colcol,

el otro día,

no sacó sus cuernos al sol

porque llovía.

El caracol Colcol,

cuando dormía la siesta,

rodó por una cuesta

y se rompió la testa.

(Se estrelló en la carretera).

Le vió un perro galgo.

-Señor caracol, ¿le pasa algo?

-¡Ay, ay, ay, de ésta no salgo!

-¿Se ha roto la cabeza?

-¡No! ¡Me he roto la casa!

Llévame al veterinario

que me ponga una gasa,

una gasa, una gasa.

-Mejor, un esparadrapo

-dijo el doctor don Sapo.

-Doctor don Sapo, usted sepa

que tengo goteras;

la lluvia cala mi casa,

que me he roto la azotea.

El veterinario le operó.

Le curó la concha,

le juntó los pedazos,

le puso unas tiritas

de arriba abajo.

¡Qué trabajo!

Después le escayoló

y el caracol Colcol

se convirtió

en una pelota de pimpón.

Cuando le quitaron la escayola,

el caracol sacó los cuernos y dijo:

-¡Hola!

Gloria Fuerte.

España (1908-1998)

Avería en el mar

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El mar se acaba en el mar,

en su tejado de olas

que tienen forma de tejas

y forma de caracolas.

En los tejados del mar,

adivinanza adivina,

las brujas son los delfines

y los gatos las sardinas.

En los tejados del mar

cuando se rompe una teja,

se sale el mar como loco

y se asustan las sirenas;

a esto lo llamo avería,

otros lo llaman galerna.

Y Dios es el albañil

que baja a arreglar las tejas. 

Gloria Fuerte.

España (1908-1998)

El terror del mar

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El terror del mar era Paco Rata,

el pirata,

el pirata ratonero,

el terror del mar entero.

Como casi todos los piratas

tenía una barba bárbara,

una pata de palo,

un ojo de cristal,

un diente de oro

y una sola oreja

con un pendiente oxidado.

(Mirando con sus catalejos, a lo lejos).

-¡Barco blanco se avecina, tocad tambor y bocina!

¡Le arrastran las altas olas!

¡Se acerca!

¡Sacad los arcos y flechas!

-No es un barco, jefe,

es un tiburón como un camión.

(Mirando con sus catalejos, a lo lejos).

-Ni un barco,

ni tiburón,

ni merluza,

ni camión.

¡Es un cetáceo enorme!

La ballena lanzó un sonido

que parecía la sirena

de un barco o un triste chirrido

de máquina rota o un ulular

de fantasma en alta mar

o un tenebroso alarido…

Y era que la ballena no había comido.

-¡Ballena a la vista!

-gritó el pirata Paco Rata-

¡Qué mala suerte!

¡Qué mala pata!

La ballena abrió la bocaza

y se tragó el barco, de proa a popa,

como si fuera una taza de sopa.

La ballena Gordinflas se puso enferma,

empachada;

le dio una arcada,

nadó hacia la playa

y devolvió al barco pirata sin digerir.

El barco quedó descuajeringado,

el pirata medio muerto

y medio tuerto

salió de la ballena…

Los otros marineros piratas no fueron “devueltos.”

El pirata Paco Rata les buscó por todas partes.

La playa estaba desierta.

La ballena Gordinflas lo pasó mal,

pero acabó con Paco Rata, el terror del mar.

Esta vez el feroz pirata

tuvo buena suerte,

no tuvo mala pata.

¡Dejó de ser pirata!

(a la fuerza).

La isla estaba desierta.

El pirata

no tenía a quién castigar,

no tenía a quién robar:

la isla estaba desierta.

El pirata dejó de ser malo,

porque vivió toda su vida solo,

con su pata de palo.

Gloria Fuerte. España (1908-1998)

Often the dying ask for a map

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So when Locie, embraced by the great softness

of bed #12, 

her late blizzard of silver hair

fanning out beneath head and shoulders,

asked for one in plaintive, almost desperate tones,

I went out to my car and brought back my old,

frayed road map of Kansas,

and she followed the unfolding

as it in itself were a miracle,

and then held it over her head,

scanning the red interstates and blue country roads

without apparent method or intent

but smiled her morphined grand smile of awe

and wonder within an air of childhood

surprise and overwhelming acceptance.

Because here it was -the way there,

or here,

or out or over in, and there, sweetie,

let me hold it for you, let me hold…

and her trembling index finger knows no

certain path but wanders through the Flint

Hills toward Cottonwood Falls, 

then starts up toward Osawatomie,

and she can smell the new wheat,

its dark green deep as the jade of the 

necklace her husband brought home from the war in the Pacific.

And now as she crosses the Kaw river,

she sees a young woman

standing beneath the moon in a wheat field

in Kansas and wondering,

what will I be?

Who will I marry? Where will we live?

Will I have children?

And if, at the end,

I am lost, how will I find my way home?

B.H. Fairchild, Estados Unidos (1942 – )

De cartón piedra

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Era la gloria vestida de tul,

con la mirada lejana y azul,

que sonreía en un escaparate

con la boquita menuda y granate,

y unos zapatos de falso charol

que chispeaban al roce del sol.

Limpia y bonita siempre iba a la moda,

arregladita como pa’ ir de boda.

Y yo, a todas horas la iba a ver

porque yo amaba a esa mujer

de cartón piedra,

que de San Esteban a Navidades,

entre saldos y novedades

hacía más tierna mi acera.

No era como esas muñecas de abril

que me arañaron de frente y perfil,

que se comieron mi naranja a gajos,

que me arrancaron la ilusión de cuajo,

con la presteza que da el alquiler

olvida el aire que respiró ayer.

Juega las cartas que le da el momento,

mañana es solo un adverbio de tiempo.

No, no, ella esperaba en su vitrina

verme doblar aquella esquina

como una novia,

como un pajarillo pidiéndome

libérame, libérame

y huyamos a escribir la historia,

De una pedrada me cargué el cristal

y corrí, corrí, corrí con ella hasta mi portal.

Todo su cuerpo me tembló en los brazos,

nos sonreía la luna de marzo,

bajo la lluvia bailamos un vals:

un, dos, tres, un, dos, tres, 

todo daba igual.

Y yo le hablaba de nuestro futuro

y ella lloraba en silencio, os lo juro.

Y entre cuatro paredes y un techo

se reventó contra su pecho

pena tras pena,

tuve entre mis manos el universo

e hicimos del pasado un verso

perdido dentro de un poema.

Y entonces, llegaron ellos.

Me sacaron a empujones de mi casa

y me encerraron entre estas cuatro paredes blancas

donde vienen a verme mis amigos

de mes en mes,

de dos en dos,

y de seis a siete.

Joan Manuel Serrat. España (1943 – )

Algo personal

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Probablemente en su pueblo se les recordará

como cachorros de buenas personas

que hurtaban flores para regalar a su mamá

y daban de comer a las palomas.

Probablemente que todo eso debe ser verdad.

Aunque es más turbio cómo y de qué manera

llegaron esos individuos a ser lo que son,

ni a quién sirven cuando alzan las banderas.

Hombres de paja que usan la colonia y el honor

para ocultar oscuras intenciones.

Tienen doble vida, son sicarios del mal.

Entre esos tipos y yo, hay algo personal.

Rodeados de protocolo, comitiva y seguridad,

viajan de incógnito en autos blindados

a sembrar calumnias, a mentir con naturalidad,

a colgar en las escuelas su retrato.

Se gastan más de lo que tienen en coleccionar

espías, listas negras y arsenales,

resulta bochornoso verles fanfarronear

a ver quién es el que la tiene más grande.

Se arman hasta los dientes en el nombre de la paz

y juegan con cosas que no tienen repuesto,

la culpa es del otro si algo les sale mal.

Entre estos tipos y yo, hay algo personal.

Y como quien en la cosa nada tiene que perder,

pulsan la alarma y rompen las promesas

y en nombre de quien no tienen el gusto de conocer

nos ponen la pistola en la cabeza.

Se agarran de los pelos, pero para no ensuciar

van a cagar a casa de otra gente,

y experimentan nuevos métodos de masacrar,

sofisticados y a la vez convincentes.

No conocen ni a su padre cuando pierden el control,

ni recuerdan que en el mundo hay niños.

Nos niegan a todos el pan y la sal.

Entre esos tipos y yo, hay algo personal.

Pero eso sí, los sicarios no pierden ocasión

en declarar públicamente su empeño

en propiciar un diálogo de franca distensión.

que les permita hallar un marco previo,

que garantice unas premisas mínimas,

que contribuyan a crear los resortes,

que impulsen un punto de partida sólido y capaz,

de este a oeste y de sur a norte,

donde establecer las bases de un tratado de amistad

que contribuya a poner los cimientos

de una plataforma donde edificar

un hermoso futuro de amor y paz…

Tienen doble vida, son sicarios del mal.

Entre esos tipos y yo,

entre esos tipos y yo,

entre esos tipos y yo,

hay algo personal.

Joan Manuel Serrat. España (1943 – )

Aquellas pequeñas cosas

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Uno se cree

que las mató el tiempo y la ausencia.

Pero su tren

vendió boleto de ida y vuelta.

Son aquellas pequeñas cosas

que nos dejó un tiempo de rosas

en un rincón,

en un papel,

o en un cajón.

Como un ladrón

te acechan detrás de la puerta.

Te tienen tan

a su merced

como hojas muertas.

Que el viento arrastra allá o aquí.

Que te sonríen tristes

y nos hacen que lloremos

cuando nadie nos ve (nadie nos ve).

Joan Manuel Serrat. España (1943 – )

Oda a la tristeza

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Tristeza, escarabajo de siete patas rotas,

huevo de telaraña,

rata descalabrada,

esqueleto de perra: aquí no entras.

No pasas.

Ándate.

Vuelve al sur con tu paraguas,

vuelve al norte con tus dientes de culebra.

Aquí vive un poeta.

La tristeza no puede

entrar por estas puertas.

Por las ventanas entra el aire del mundo,

las rojas rosas nuevas,

las banderas bordadas

del pueblo y sus victorias.

No puedes.

Aquí no entras.

Sacude tus alas de murciélago,

yo pisaré las plumas que caen de tu manto,

yo barreré los trozos de tu cadáver

hacia las cuatro puntas del viento,

yo te torceré el cuello,

te coseré los ojos,

cortaré tu mortaja

y enterraré tus huesos roedores

bajo la primavera de un manzano.

Pablo Neruda. Chile (1904-1973)

El célebre océano

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El mar decía a sus olas

“hijas mías volved pronto.”

Yo veo desde aquí las esfinges en equilibrio sobre el alambre,

veo una calle perdida en el ojo del muerto.

Hijas mías llevad vuestras cartas y no tardéis,

cada vez más rápidos los árboles crecen,

cada vez más rápidas las olas mueren.

Los récords de la cabeza son batidos por los brazos,

los ojos son batidos por las orejas

solo las voces luchan todavía contra el día.

Creéis que oye nuestras voces,

el día tan maltratado por el océano.

Creéis que comprende la plegaria inmensa

de esta agua que cruje sobre sus huesos.

Mirad el cielo mugiente y las virutas del mar,

mirad la luz vacía como aquel que abandonó su casa.

El océano se fatiga de cepillar las playas,

de mirar con un ojo los bajos relieves del cielo,

con un ojo tan casto como la muerte que lo aduerme

y se aduerme en su vientre.

El océano ha crecido de algunas olas,

seca su barba,

estruja su casaca confortable,

saluda al sol en el mismo idioma,

ha crecido de cien olas.

Esto se debe a su inclinación natural,

tan natural como su verde.

Más verde que los ojos que miran la hierba

la hierba de conducta ejemplar.

El mar ríe y bate la cola.

Ha crecido de mil olas.

Vicente Huidobro. Chile (1893-1948)