¿Es imposición lo que los padres tratan de enseñar a sus hijos? ¿Atenta contra la personalidad de los retoños? ¿Será una rémora en su desarrollo?
Estas, y otras preguntas semejantes, se las formulan muchas familias al socaire de las modernas tendencias de la pedagogía. Respondiendo a esta mentalidad, formulada por un profesor en un periódico de Barcelona, alguien que firmaba simplemente «Una Madre» escribió al mismo periódico lo siguiente:
CARTA DE UNA MADRE
«Paso a mencionarle algunas de las más flagrantes violencias e imposiciones que han sufrido mis vástagos:
– Cuando han nacido mis hijos, no les he dejado decidir su sexo, ni tampoco el tamaño ni el color de los ojos y el pelo.
– Cuando los he alimentado, no les he preguntado que marca de leche ni que clase de papilla querían.
– Cuando han tenido la edad, no han podido decidir si quedarse en casa conmigo o ir al jardín de infancia.
– Cuando han enfermado, no han podido elegir médico ni tratamiento acorde con sus preferencias.
– Cuando han debido ir a la escuela primaria, no les he mostrado todas las posibles para su elección.»
«Hay también otras facetas en las que no han elegido: les he dado mi sangre y mi vida sin consultarles. Les he dado mi corazón sin consultarles. Les he dado noches sin dormir y días de dolor sin consultarles. Les he dado mis privaciones, mis esfuerzos y mis ilusiones sin consultarles.»
«Y continuaré sirviéndoles en lo que pueda sin consultarles. Creo que en cuestiones de amor no se funciona por consultas populares ni decisión de la mayoría. Y mal podrán ser útiles a la sociedad los que no saben amar.» (De un recorte de La Vanguardia, periódico español, 25/12/77)
El paso de los años no ha hecho perder actualidad a esta carta. La madre tiene razón: el amor toma la iniciativa siempre. Se anticipa de modo constante a las necesidades del ser amado.
Este ha sido siempre el método de Dios: «con amor eterno te he amado» dice Dios a Su pueblo. La bondad del Creador convertido en Salvador responde a un plan amoroso de buena voluntad hacia los pecadores, un plan sobre el cual no fuimos consultados, sino solamente beneficiados, bendecidos, salvados y transformados.
Porque el amor se anticipa, obsequia y se goza en el amado.
«De su plenitud -de la plenitud de Cristo- tomamos todos, y gracia sobre gracia.»
Jose Grau (España, 1997)