El niño:
¿En qué piensas todo el día
tendido sobre la yerba?
Parécesme un gran doctor
embelesado en su ciencia.
El buey:
-La ciencia, niño querido,
no es lo que a mí me
alimenta;
eso es fruto del estudio,
con que Dios al hombre
obsequia.
Fuera el pensar para mí
pobre animal,
ardua empresa;
prefiero hacer treinta surcos
antes que aprender
dos letras.
Mascar bien, me importa
más que una lección
en la escuela.
Con las muelas masco
yo, tú, niño,
con la cabeza.
Pero si anhelas ser sabio
ojalá viéndome aprendas
a rumiar,
y rumiar mucho,
cada bocado de ciencia.
El digerir, no el comer,
es lo que al cuerpo aprovecha,
y el alma, cuerpo invisible,
tiene que seguir tal regla.
Sin rumiarlo bien,
no engullas ni una línea ni
una letra;
el que aprende como un loro,
loro ignorante
se queda.
Rafael Pombo (Colombia, 1833-1912)