Oigo que al molinete se arrolla la cadena,
y al grito “¡levad anclas!” retemblar el vapor;
al desplegar las velas, oigo crujir la entena;
y en los vecinos buques y en la apretada arena
escucho el triste adiós.
Desde el lecho de muerte, por las ventanas miro;
de las movibles olas solo veo el matiz;
veo batir las olas, y el Cielo al que aspiro;
ni a la verdosa tierra siquier los ojos giro;
¡ya nada es para mí!
Allá lejos, riente, la América me espera;
mas, muerto ya, mis ojos mirarla no podrán,
que antes que entre sus brazos, do ríe primavera,
el mar, en el profundo de su buena postrera,
mis huecos guardará.
¡Oh Cielo, oh santo anhelo que el alma no abandona!
¡Cuán dulce es desde el mundo donde hemos de morir
mirarte cual florida y espléndida corona!
¡Cuán dulce, a cada embate que la marea encona,
tu puerto distinguir!
Mossen J. Verdaguer y Santalo
(1845-1902, España)