Muy amados Padres:
Que la paz de Dios sea con ustedes. Esta pequeña carta es producto de la preocupación que experimentamos al sentirlos bajo la presión de si enviar o no enviar sus pequeños hijos a la escuela.
Muchas escuelas y colegios han abierto cursos para niños menores de 3 años, y la influencia es tal que se acepta como lo establecido, lo que debe ser. Una corriente muy fuerte, propuesta incluso por grandes autoridades del campo de la Educación y secundada por la sociedad en general.
¿Será verdad que si no “socializamos” a nuestros hijitos pues no aprenderán?
¿Que si no les enseñamos los colores o las primeras letras crecerán “con el cerebro tapado”, o “llegarán atrasaditos” al preprimero?
La fundadora del sistema Montessori solía repetir “un lugar para cada cosa y cada cosa en su lugar.” Una verdad general. Si nosotros, padres creyentes, olvidamos aplicar la perspectiva bíblica a esta frase, acabaremos pensando que Perencejito de 3 años ya está en el curso que le corresponde, pues “tiene la edad”: un lugar para cada cosa y cada cosa en su lugar. O que hemos cumplido las expectativas de vecinos, tíos, abuelos, etc. pues si es lo que todo el mundo hace, luego entonces es correcto.
¿Qué nos hace suponer que alguien más tiene la responsabilidad de cuidar y enseñar a nuestros hijos?
La primera infancia es tiempo de siembra -con ejemplo y no meras palabras-, siembra de aquellas cosas que querrás ver después, cuando tus hijos sean grandes (como quietud, prestar atención, dar honra, saludar con propiedad, ser generoso, obedecer con alegría, saber orar, ser agradecido y perdonador… entre otras, aparte el beneficio de cero enfermedad, pues no se contagian de gérmenes ajenos).
Amados padres, aprovechen la tierna edad de sus pequeños, extiende tu corazón y tus manos hacia ellos, sacrifica horas de sueño y de tu preciosa comodidad por ellos, ejerce mayordomía de lo presente: evita todo aquello que se constituya en obstáculo para el fin inmortal que tu alma desea para tus propios hijos. Haz todo aquello que sea necesario para este mismo fin.
Para sembrar hay que disponer la tierra, tener agua y recursos, y contar con buena semillas. Como padres, seamos agricultores de lo espiritual.
Nuestros hijos son seres inmortales, no “cosas u objetos para ponerlos en un lugar, de acuerdo a su edad, claro.” No, amados padres, nuestros hijos son seres iguales al resto de la raza humana y un día escogerán: vida eterna en Jesucristo o muerte eterna fuera de Cristo.
¿Quieres que la gracia de fruto? Siembra gracia. Modela gracia. Enseña a tus hijos a pensar, más que memorizar. Enséñales a aprender a aprender. Enséñales a querer aprender, a amar el estudio y saber aplicarlo. Y ora. Y espera, en confianza.
Dios les bendiga y haga resplandecer Su rostro sobre cada uno y nos conceda paz.
Con afecto especial,
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