Se dice, se rumora, afirman en los salones,
en las fiestas alguien o algunos enterados,
que Jaime Sabines es un gran poeta.
O cuando menos un buen poeta. O un poeta decente,
valioso. O simplemente,
pero realmente, un poeta.
Le llega la noticia a Jaime y éste se alegra:
¡qué maravilla! ¡Soy un poeta!
¡Soy un poeta importante!
¡Soy un gran poeta!
Convencido, sale a la calle, o llega a la casa, convencido.
Pero en la calle nadie,
y en la casa menos:
nadie se da cuenta de que es un poeta.
¿Por qué los poetas no tienen una estrella en la frente,
o un resplandor visible,
o un rayo que les salga de las orejas?
¡Dios mío!, dice Jaime.
Tengo que ser papá o marido, o trabajar
en la fábrica como otro cualquiera,
o andar, como cualquiera, de peatón.
¡Eso es!, dice Jaime. No soy un poeta: soy un peatón.
Y esta vez se queda echado en la cama con una alegría dulce y tranquila.
Jaime Sabines. México (1926-1999)