Amor de ciudad grande

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¡De gorja son y rapidez los tiempos!

Corre cual luz la voz; en alta aguja,

cual nave despeñada en sirte horrenda,

húndese el rayo, y en ligera barca

el hombre, como alado, el aire hiende.

 

¡Así el amor, sin pompa ni misterio

muere, apenas nacido, de saciado!

¡Jaula es la villa de palomas muertas

y ávidos cazadores!

Si los pechos se rompen de los hombres,

y las carnes rotas por tierra ruedan,

¡no han de verse dentro más que

frutillas estrujadas!

 

¡De gorja son y rapidez los tiempos!

Se ama de pie, en las calles, entre el polvo

de los salones y plazas; muere

la flor el día en que nace.

Aquella virgen trémula que antes a la muerte daba

la mano pura que a ignorado mozo;

el goce de temer, aquel salirse del pecho el corazón; el inefable placer de merecer;

el grato susto de caminar de prisa en derechura

del hogar de la amada, y a sus puertas

como un niño feliz romper en llanto.

 

Y aquel mirar, de nuestro amor al fuego,

irse tiñendo de color las rosas.

 

¡Ea, que son patrañas! Pues ¿quién tiene

tiempo de ser hidalgo? ¡Bien que se sienta,

cual áureo vaso o lienzo suntuoso,

dama gentil en casa de magnate!

¡O si se tiene sed, se alarga el brazo

y a la copa que pasa se la apura!

Luego, la copa turbia al polvo rueda

¡y el hábil catador -manchado el pecho

de una sangre invisible- sigue alegre,

coronado de mirtos, su camino!

No son los cuerpos ya sino deshechos,

y fosas. y jirones. Y las almas

no son como en el árbol, fruta rica

en cuya blanda piel la almíbar dulce

en su sazón de madurez rebosa,

sino fruta de plaza que a brutales

golpes el rudo labrador madura.

¡La edad es ésta de los labios secos!

¡De las noches sin sueño! 

¡De la vida estrujada en agraz!

¿Qué es lo que falta que la ventura falta?

Como liebre azorada, el espíritu se esconde,

trémulo huyendo al cazador que ríe,

cual en soto selvoso, en nuestro pecho.

Y el deseo, del brazo de la fiebre,

cual rico cazador recorre el soto.

¡Me espanta la ciudad!

¡Toda está llena de copas por vaciar, o huecas copas!

Tengo miedo !ay de mí! de que este vino

tósigo sea, y en mis venas luego

cual duende vengador los dientes clave.

¡Tengo sed, mas de un vino que en la tierra

no se sabe beber! 

No he padecido bastante aún, para romper el muro

que me aparta ¡oh dolor! de mi viñedo.

¡Tomad vosotros, catadores ruines

de vinillos humanos, esos vasos

donde el jugo de lirio a grandes sorbos

sin compasión y sin temor se bebe!

¡Tomad!

¡Yo soy honrado, y tengo miedo!

José Martí. Cuba (1853-1895)

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