Decía mi abuela,
que cuando una mujer se sintiera triste,
lo mejor que podía hacer
era trenzarse el cabello;
de esta manera el dolor
quedaría atrapado
entre los cabellos
y no podría llegar hasta el resto del cuerpo.
Había que tener cuidado
de que la tristeza
no se metiera en los ojos,
pues los haría llover.
Tampoco era bueno dejarla entrar
en nuestros labios,
pues los obligaría
a decir cosas que no eran ciertas.
“Que no se meta entre tus manos -me decía-,
porque puedes tostar de más el café
o dejar cruda la masa;
y es que a la tristeza
le gusta el sabor amargo.
Cuando te sientas triste, niña,
trénzate el cabello.
Atrapa el dolor en la madeja
y déjalo escapar
cuando el viento del norte pegue con fuerza.
Nuestro cabello es una red
capaz de atraparlo todo,
es fuerte como las raíces del ahuehuete
y suave como la espuma del atole.
Que no te agarre desprevenida
la melancolía mi niña,
aun si tienes el corazón roto o los huesos fríos,
por alguna ausencia.
No la dejes meterse en ti,
con tu cabello suelto,
porque fluirá en cascada por los canales
que la luna ha trazado entre tu cuerpo.
Trenza tu tristeza -decía-
siempre trenza tu tristeza…
Y mañana,
que despiertes con el canto del gorrión,
la encontrarás pálida y desvanecida
entre el telar de tu cabello.”
Paola Klug. México (1980- )