El terror del mar era Paco Rata,
el pirata,
el pirata ratonero,
el terror del mar entero.
Como casi todos los piratas
tenía una barba bárbara,
una pata de palo,
un ojo de cristal,
un diente de oro
y una sola oreja
con un pendiente oxidado.
(Mirando con sus catalejos, a lo lejos).
-¡Barco blanco se avecina, tocad tambor y bocina!
¡Le arrastran las altas olas!
¡Se acerca!
¡Sacad los arcos y flechas!
-No es un barco, jefe,
es un tiburón como un camión.
(Mirando con sus catalejos, a lo lejos).
-Ni un barco,
ni tiburón,
ni merluza,
ni camión.
¡Es un cetáceo enorme!
La ballena lanzó un sonido
que parecía la sirena
de un barco o un triste chirrido
de máquina rota o un ulular
de fantasma en alta mar
o un tenebroso alarido…
Y era que la ballena no había comido.
-¡Ballena a la vista!
-gritó el pirata Paco Rata-
¡Qué mala suerte!
¡Qué mala pata!
La ballena abrió la bocaza
y se tragó el barco, de proa a popa,
como si fuera una taza de sopa.
La ballena Gordinflas se puso enferma,
empachada;
le dio una arcada,
nadó hacia la playa
y devolvió al barco pirata sin digerir.
El barco quedó descuajeringado,
el pirata medio muerto
y medio tuerto
salió de la ballena…
Los otros marineros piratas no fueron “devueltos.”
El pirata Paco Rata les buscó por todas partes.
La playa estaba desierta.
La ballena Gordinflas lo pasó mal,
pero acabó con Paco Rata, el terror del mar.
Esta vez el feroz pirata
tuvo buena suerte,
no tuvo mala pata.
¡Dejó de ser pirata!
(a la fuerza).
La isla estaba desierta.
El pirata
no tenía a quién castigar,
no tenía a quién robar:
la isla estaba desierta.
El pirata dejó de ser malo,
porque vivió toda su vida solo,
con su pata de palo.
Gloria Fuerte. España (1908-1998)