Hechos 13:21-22

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Luego pidieron rey, y Dios les dio a Saúl hijo de Cis, varón de la tribu de Benjamín, por cuarenta años. Quitado éste, les levantó por rey a David, de quien dio también testimonio diciendo: He hallado a David hijo de Isaí, varón conforme a mi corazón, quien hará todo lo que yo quiero.

El Señor describió a David como un “varón conforme a mi corazón, quien hará todo lo que yo quiero”. ¿No le gustaría que dijera lo mismo de usted? Es obvio que David no era perfecto. De hecho, cometió adulterio y un homicidio, pero confesó su pecado y se apartó del mal, «Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad.Dije: Confesaré mis transgresiones a Jehová; Y tú perdonaste la maldad de mi pecado.» (Salmos 32:5). Fue evidente que amaba al Señor y deseaba obedecerlo. Lo que lo distinguía era la prioridad que daba a su relación con el Padre celestial.

David se deleitaba en conocer al Señor y lo buscaba con ahínco. Declaró que el amor de Dios era mejor que la vida y se comprometió a alabarlo todos sus días, «Porque mejor es tu misericordia que la vida; Mis labios te alabarán. Así te bendeciré en mi vida; En tu nombre alzaré mis manos.» (Salmos 63:3-4). Meditaba en su Palabra y en su naturaleza, y a menudo clamaba a Él con oraciones de desesperación, dependencia y confianza. Cualesquiera que fueran sus circunstancias, procuraba verlas desde una perspectiva centrada en el Padre celestial.

La única manera de ser una persona conforme al corazón de Dios es recibir un nuevo corazón. Y eso es justo lo que ocurre en la salvación, «Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra.» (Ezequiel 36:26-27). Si usted es cristiano, tiene todo lo que necesita para cultivar un corazón que busque al Señor y le obedezca. Meditar en la naturaleza y la Palabra de Dios alimentará su deleite en Él. Y orar como lo hizo David aumentará su confianza para que dependa del Señor por completo.

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Salmo 66:18-20

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Si en mi corazón hubiese yo mirado a la iniquidad, El Señor no me habría escuchado. Mas ciertamente me escuchó Dios; Atendió a la voz de mi súplica. Bendito sea Dios, Que no echó de sí mi oración, ni de mí su misericordia.

Nuestras oraciones revelan lo que llena nuestro corazón. David lo entendió muy bien. Después de ser confrontado por Natán con respecto a su pecado, David suplicó ser limpiado y recibir un corazón limpio, «Esconde tu rostro de mis pecados,Y borra todas mis maldades. Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio,Y renueva un espíritu recto dentro de mí.» (Salmos 51:9-10).

Si permitimos que el pecado sin confesar sea parte de nuestra vida, Dios no escuchará nuestras oraciones, pues el pecado crea una barrera entre nosotros y Él. El Señor ha prometido perdonar la transgresión una vez que admitamos que nuestra acción fue incorrecta, y nos apartemos de ella, «Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.» (1 Juan 1:9). Pero si solo confesamos nuestro pecado de la boca para afuera, y nos negamos a dejar la conducta impía, no nos hemos arrepentido de verdad.

Puesto que no siempre podemos discernir lo que se esconde en nuestro corazón, es prudente orar como lo hizo David en el Salmo 139.23, 24: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno”.

La oración es el vínculo de comunicación entre nosotros y nuestro amoroso Padre celestial. No permitamos que nada se interponga en nuestra relación con Él y obstaculice nuestras oraciones. Por el contrario, debemos confesar y apartarnos de todo pecado, para poder acudir a Él con un corazón puro.» 

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Romanos 12:16

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Unánimes entre vosotros; no altivos, sino asociándoos con los humildes. No seáis sabios en vuestra propia opinión.

Cristianos presumidos y egoístas son una seria contradicción. Si hemos de seguir a Cristo, hemos de someternos a la voluntad de Dios como presenta en su Palabra. Cualquier confianza que usted tenga en sí mismo, en su propia sabiduría o en sus talentos naturales ha de subordinarse a los mandatos del Señor.

De ninguna manera ser presumido, ni en ningún sentido considerarse mejor que los demás. Más bien, Dios quiere que usted acepte y abrace a cada miembro del cuerpo de Cristo: «Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros.»(Filipenses 2:3-4).

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Santiago 3:17-18

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Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía. Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz.

El mundo dice conocer el camino hacia una vida exitosa y gratificante: ambición, educación, riqueza, reconocimiento público, poder e influencia. Pero la sabiduría humana es una necedad a los ojos de Dios, «Porque la sabiduría de este mundo es insensatez para con Dios; pues escrito está: El prende a los sabios en la astucia de ellos.» (1 Corintios 3:19). Aunque puede parecer arriesgado dejar de lado nuestro propio razonamiento, los beneficios de seguir la sabiduría de Dios son grandes.

La sabiduría divina podría definirse como ver la vida desde la perspectiva del Señor y confiar en su poder; para que así seamos capaces de mantenernos firmes en la fe y elegir sus caminos. Si vamos a someternos a las dificultades que Dios permite, es esencial que tengamos su perspectiva, «Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna.» (Santiago 1:2-4).

La sabiduría es necesaria, sobre todo, a la hora de relacionarnos con otras personas. Si actuamos con celos y egoísmo, entonces estamos procediendo con sabiduría mundana, y los resultados serán desorden, animosidad y conflictos, «Pero si tenéis celos amargos y contención en vuestro corazón, no os jactéis, ni mintáis contra la verdad; porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica.» (Santiago 3:14-15). En cambio, la sabiduría de Dios es pura, pacífica, amable, condescendiente, llena de misericordia y sin hipocresía (Santiago 3:17-18). Cuando nuestras acciones reflejan estas cualidades, cosechamos justicia y paz en nuestras relaciones.

¿Qué revelan sus interacciones con los demás en cuanto a su fuente de sabiduría? ¿Se está pareciendo más a Cristo o está siguiendo los caminos mundanos?

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Mateo 6:19-21

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No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el moho destruyen, y donde ladrones entran y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el moho destruyen, y donde ladrones no entran ni hurtan, porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.

Piense en algún tiempo en el que le apasionaba la búsqueda de un trabajo, un proyecto o incluso una relación. Una vez que alcanzó el objetivo, ¿fue tal cual lo que había imaginado? ¿O perdió su brillo con el tiempo, convirtiéndose en un problema?

Eso es lo que sucede cuando nuestro enfoque está en lo temporal en vez de lo eterno. Es la razón por la que Pablo escribió: “Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra (Colosenses 3.1, 2).

Podemos vivir en el mundo, pero, como cristianos, nunca podremos pertenecer a él. Sin embargo, cuando nuestra perspectiva está bien ordenada, somos libres para experimentar con alegría lo bueno que ofrece este mundo. Al mismo tiempo, debemos tener cuidado de no dejar que ellas ocupen el lugar de Dios en nuestra vida; eso requiere confiar en el Espíritu Santo para que nos ayude a establecer prioridades. Hagamos a Dios la siguiente petición;

«Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno.» (Salmo 139:23-24)

PIENSE EN ESTO:

¿Está usted aferrándose a algo con demasiada fuerza? ¿Cómo puede ceder el control y mantener sus intereses en la perspectiva correcta?

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Proverbios 3:13-15

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Bienaventurado el hombre que halla la sabiduría, Y que obtiene la inteligencia; Porque su ganancia es mejor que la ganancia de la plata, Y sus frutos más que el oro fino. Más preciosa es que las piedras preciosas; Y todo lo que puedes desear, no se puede comparar a ella.

¿Qué prefiere? ¿Riquezas o sabiduría? Dios considera la sabiduría mucho más valiosa que las riquezas, y el pasaje de hoy dice que todo lo que podamos desear no se puede comparar a ella (Proverbios 3.15). La razón por la que es tan valiosa, es porque este pasaje se refiere a la sabiduría de Dios, no a la nuestra.

Dios creó la sabiduría, así que la mejor manera de obtenerla es conociéndolo a Él: su carácter, sus obras, sus caminos y su perspectiva. Cuando hacemos que la búsqueda de nuestra vida sea conocerlo a través de su Palabra, descubriremos las bendiciones que acompañan la sabiduría.

La principal bendición es conocer mejor a Dios. Al verlo en su Palabra, comenzaremos a entender su perspectiva y a reconocer cómo está obrando en nuestra existencia. Entonces, nuestra reacción ante las circunstancias de la vida estará alineada con su punto de vista. Dios ve todo con exactitud y sabe con precisión lo que se necesita para cumplir su voluntad en nuestra vida y para conformarnos a la imagen de su Hijo.

Todas las demás bendiciones de la sabiduría fluyen del conocimiento de Dios. ¿Por qué razón? Porque cuando nuestra confianza está en el Señor, en vez de nuestro propio entendimiento, podemos avanzar con seguridad y valentía sin dar tumbos a causa del pecado.

«El temor de Jehová es el principio de la sabiduría,Y el conocimiento del Santísimo es la inteligencia.»(Proverbios 9:10).

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Hebreos 13:17

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Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta; para que lo hagan con alegría, y no quejándose, porque esto no os es provechoso.

Si usted asiste a la iglesia (y como creyente pertenecer a una de sana doctrina), entonces Dios le ha dado un pastor para que cuide su alma, consagrado al predicar la Palabra, al enseñarle y al exhortarle en justicia, incluso cuando no tenga deseos de escuchar. Él se interesará por su bienestar espiritual y necesita saber que usted también se interesa por él.

Muchos creyentes descuidan animar al pastor porque olvidan que también es miembro del Cuerpo de Cristo. Puede ser triste y desalentador sacrificarse por la congregación sin sentirse apreciado por ella.

El pasaje de hoy dice que debemos obedecer y someternos a nuestros pastores para que puedan hacer su trabajo con fidelidad y alegría, no quejándose. Pablo dijo que los ancianos [pastores] que gobiernan bien y trabajan duro en la predicación y la enseñanza son dignos de doble honor, «Los ancianos que gobiernan bien, sean tenidos por dignos de doble honor, mayormente los que trabajan en predicar y enseñar.» (1 Timoteo 5:17).

¿Cuándo fue la última vez que usted le expresó agradecimiento a su pastor? Esta semana, busque maneras de demostrarle su amor. Y, sobre todo, ore por él. No dé por sentado que no necesita intercesión, sino todo lo contrario. Todo pastor necesita saber que su congregación lo valora.

«El que es enseñado en la palabra, haga partícipe de toda cosa buena al que lo instruye.» (Gálatas 6:6).

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Romanos 12:13

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Compartiendo para las necesidades de los santos; practicando la hospitalidad.

Los verdaderos discípulos de Cristo no solo han de satisfacer las necesidades de los creyentes y los incrédulos con los que se encuentran, sino también buscar oportunidades de ayudar a quienes no conocen. Esa es la definición bíblica de hospitalidad. (Hebreos 13:2) nos dice: “No os olvidéis de la hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles”.

Aprenda a considerar cualquier oportunidad de brindar hospitalidad como un feliz privilegio, no como una carga, «Hospedaos los unos a los otros sin murmuraciones.» (1 Pedro 4:9)

Sin duda Gayo tenía esa actitud correcta en su hospitalidad con los maestros que pasaban por su ciudad, ya que el apóstol Juan lo elogió: “Amado, fielmente te conduces cuando prestas algún servicio a los hermanos, especialmente a los desconocidos, los cuales han dado ante la iglesia testimonio de tu amor; y harás bien en encaminarlos como es digno de su servicio a Dios, para que continúen su viaje” (3 Juan 5-6).

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Romanos 7:22-24

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Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?

La palabra cautivo evoca algunas imágenes muy específicas. Por lo general, incluye a una persona con grilletes o a alguien que es arrojado a una oscura prisión. Pero la verdad es que todos somos cautivos de una cosa u otra. Puede ser algo tan obvio como las drogas, los vicios, las mentiras, la idolatría, el engaño, el resentimiento, el adulterio, la fornicación, la lujuria o la pornografía, que hacen mucho daño y nos impiden glorificar a Dios con nuestros cuerpos y mentes, «Huid de la fornicación. Cualquier otro pecado que el hombre cometa, está fuera del cuerpo; mas el que fornica, contra su propio cuerpo peca. ¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios.» (1 Corintios 6:18-20)

Pero hay miles de otras ataduras, muchas de ellas al parecer inofensivas, que nos alejan de la verdadera libertad que da el Señor Jesús. «…Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; A pregonar libertad a los cautivos, Y vista a los ciegos; A poner en libertad a los oprimidos;» (Lucas 4:18).

Tal vez usted sea cautivo de los elogios y sufra cada vez que se siente ignorado. O puede ser que anhele el éxito y pase mucho tiempo esforzándose tras la riqueza o el poder. Sí, incluso cosas buenas como trabajar y relacionarnos con otros pueden mantenernos esclavizados si no tenemos cuidado. Sin embargo, Cristo vino a liberar a los cautivos —a todos nosotros.

PIENSE EN ESTO:

Piense en las situaciones de su vida en las que no es libre. Esto requerirá oración y meditación. (También puede utilizar un diario de notas si le sirve de ayuda). Descubra en qué aspectos está usted siendo coartado (sujetado), y pídale a Dios que le ayude a deshacerse de esas ataduras. 

«¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia?» (Romanos 6:16).

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Lucas 14:13-14

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Mas cuando hagas banquete, llama a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos; y serás bienaventurado; porque ellos no te pueden recompensar, pero te será recompensado en la resurrección de los justos.

Los niños no son los únicos a quienes les gusta recibir recompensas. A los adultos también. Y la Biblia hace referencia a ciertas promesas para quienes andan en los caminos de Dios. Algunas de estas bendiciones están disponibles aquí en la Tierra, como la satisfacción, el gozo y el favor; otras serán otorgadas en el cielo. Como creyentes, estamos revestidos de justicia mediante la sangre del Señor Jesucristo y, por tanto, nunca debemos temer el juicio de Dios, «Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.»(Romanos 8:1).

Para ayudarnos a entender estos beneficios, la Biblia describe cuatro coronas. La primera, llamada incorruptible, se da a quienes desean obedecer a Dios. La segunda, la corona de la vida, se concede a los creyentes que se mantienen firmes, soportando las pruebas sin rendirse ni perder el ánimo. La tercera, la corona de justicia, se otorga a quienes anhelan la llegada de Cristo y tienen vidas piadosas a causa de Él. La cuarta es la corona de gloria a quienes comparten la Palabra de Dios con los demás. Y como nos dice la Biblia, seremos llenos de un temor reverente por la gloria de Cristo.

El cielo nos ofrece el gozo de la comunión eterna con el Señor; sin embargo, no tenemos que esperar para disfrutar de su presencia: el Espíritu Santo vive en quienes han puesto su fe en Cristo. ¿No desea usted poner su fe en el Salvador y aceptar el maravilloso regalo de Dios?

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