Salmo 16:1-3

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[1] Guárdame, oh Dios, porque en ti he confiado.

[2] Oh alma mía, dijiste a Jehová: Tú eres mi Señor; no hay para mí bien fuera de ti.

[3] Para los santos que están en la tierra, y para los íntegros, es toda mi complacencia

Bueno y misericordioso es nuestro Padre Celestial, su bondad no tiene límites y su amor es incomparable e incondicional. Por eso estamos de nuevo hoy, Gran Señor, acercándonos en plena confianza, buscando tu rostro, sintiendo tu presencia y ese cálido abrazo diciendo a nuestras almas: «Heme aquí, estoy contigo, nunca te dejaré, ni te desampararé. Eres mi hija amada.»

Padre, Tú eres nuestro Señor y Dios y no hay ni habrá nada fuera de ti.  

Agradecidas  por este nuevo despertar, por todo lo que has hecho y harás en la vida de cada uno de tus hijas, por tu sostén, por nuestras familias y porque Tú escuchas nuestros ruegos, nuestro clamor.  Bendícenos, porque cuando Tú bendices, bendito es sobre todos las cosas. 

Ayúdanos cada día  a caminar en total dependencia tuya, agarradas y firmes en ti, en tu palabra , en todo lo que proviene de ti.  Sigue orando a favor nuestro y de los nuestros, abre los ojos del entendimiento para que podamos escuchar tu voz de alerta frente al pecado y todo  aquello que no te agrada. Obra en nuestras familias e inquieta sus corazones para que se realice ese encuentro contigo y vengan a ti arrepentidos y en fe. Te necesitamos Señor, eres esa fuente de agua que calma nuestra sed, esa luz que alumbra nuestras sendas.

Alabado seas por siempre. ¡Sé propicio a nosotros! Amen y Amen.

(De la hermana Josefina Genao, con afecto).

Mateo 18:21-22

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Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete.

Cuando alguien nos ofende con frecuencia, tratamos de poner un límite al número de veces que aceptaremos las disculpas. En otras situaciones, podemos intentar clasificar las ofensas que perdonaremos. Sin embargo, el perdón incondicional de Dios a nuestros pecados significa que nuestro perdón hacia los demás tampoco debe tener limitaciones, incluso cuando no se puede permitir que ciertos comportamientos continúen.

Otro problema es la tentación de aferrarnos al resentimiento, en vez de perdonar de inmediato. Si la voluntad del Padre celestial es que perdonemos, ¿por qué debemos esperar? El perdón es doloroso y costoso: Cristo sintió cada clavo, cada espina. Pero un espíritu que ha perdonado sabe que puede salir algo bueno de una situación desafortunada. Por ejemplo, “bueno” puede ser que Dios desarrolle nuestro carácter o tal vez exponga nuestra debilidad para que nos acerquemos a Él.

Darnos cuenta de que Dios es soberano nos hace más dispuestos a perdonar. Confiemos en el Señor Jesús para eliminar cualquier deseo de represalia, y para que nos dé la sabiduría y las fuerzas necesarias para actuar de la manera que le agrade. Y cuando se trata del perdón, acerquémonos a nuestro ofensor con la intención de reconciliarnos. Eso significa hacer todo lo que Dios nos indique para que nuestra relación sea correcta, tal como lo hizo el Señor Jesús por nosotros. 

«Soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros.» (Colosenses 3:13).

Lee, Medita y Aplica!

Rima LX

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Mi vida es un erial.

Flor que toco se deshoja,

que en mi camino fatal

alguien va sembrando el mal

para que yo lo recoja.

Gustavo Adolfo Becquer. España, (1836-1870)

Soy un ser humano

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Más allá de cualquier ideología,

más allá de lo sabio y lo profano,

soy parte del espacio,

soy la vida

por el hecho de ser

un ser humano.

Yo soy el constructor de mis virtudes

como lo soy, a la vez, de mis defectos;

torrente inagotable de inquietudes,

genial contradicción de lo perfecto.

Yo puse las espinas en la frente

los clavos en los pies

y en ambas manos,

después rompí a llorar

amargamente

la muerte irreparable

de mi hermano.

Por mí se hace polémica la duda.

¿Quién soy? ¿Adónde voy?

¿De dónde vengo?

A través de los tiempos, tan aguda,

que con ella renazco

y me sostengo.

Soy el que abrió la caja de Pandora

que guardaba los males del planeta.

No escapó la esperanza…

¡En buena hora!

Por ella sobrevivo y soy poeta.

Yo soy quien ha creado las prisiones,

la lucha fratricida y la injusticia.

Mas también he inventado las canciones

y el encanto sutil de una caricia.

En nombre de mi Dios,

soy asesino, embustero, fanático y tirano.

Desafiando las leyes del destino

tengo sangre de siglos en las manos.

Mas también en su nombre soy la rienda

que consigue domar a tanto potro.

Sería, sin un orden, la merienda

de comernos los unos a los otros.

Soy el poder, que condena los instintos

naturales del hombre, 

mi censura

reptando por oscuros laberintos

impone la moral

de su estatura.

Yo soy un individuo entre la masa.

La coincidencia es solo un accidente.

Busco esposa, doy hijos, tengo casa,

soy la opción de un cerebro inteligente.

¿Qué vale más, inquietud de mi existencia,

cuando llegue el final y quede inerte?

¿El arte, por fijar mi trascendencia

o el eterno misterio de la muerte?

Por todo,

más allá de ideologías,

más allá de lo sabio y lo profano,

soy parte del espacio, soy la vida

por el hecho de ser

un ser humano.

Alberto Cortéz. Argentina (1940-2019)