1 Pedro 1:6-7

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En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo,

¿Se ha preguntado alguna vez por qué Dios permite que le ocurran cosas malas a usted o a sus seres queridos? Las dificultades y el sufrimiento son una consecuencia del pecado y de la condición del mundo, pero ¿por qué permite Él que experimentemos angustias? Aunque las pruebas son dolorosas, entender el propósito del Señor puede darnos alegría y esperanza. Cuando una persona es salva, comienza el proceso de santificación que tarda toda la vida. Y pocas cosas moldean tan bien nuestro carácter como el dolor. No obstante, nuestro crecimiento espiritual puede ser lento durante los tiempos placenteros, así que el dolor nos pone de rodillas en dependencia de Dios mientras buscamos su ayuda, fortaleza, consuelo y misericordia.

Otra razón por la que el Padre celestial permite las pruebas, es para probar y refinar nuestra fe. Cuando pasamos por el fuego de la aflicción y permanecemos fieles al Señor, salimos más seguros de nuestra posición de salvación que tenemos en Él. Y no solo eso, sino que sentimos una mayor confianza en quien es Dios y en la relación que tenemos con Él. Entonces, cuando surja la próxima dificultad, recordaremos la fidelidad de Dios durante las pruebas del pasado y descansaremos con confianza en Él. Si nos sometemos al Señor, Él usará nuestras dificultades para hacernos madurar, lo cual es motivo de alegría y gozo, recordando la promesa que el mismo Señor Jesucristo nos hizo.

«Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo.» (Juan 16:33).

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Deuteronomio 8:17-18

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Y digas en tu corazón: Mi poder y la fuerza de mi mano me han traído esta riqueza. Sino acuérdate de Jehová tu Dios, porque él te da el poder para hacer las riquezas, a fin de confirmar su pacto que juró a tus padres, como en este día.

Es muy común escuchar en nuestro día a día las historias de personas exitosas que lucharon fuertemente por alcanzar sus sueños y metas. Historias generalmente acompañadas de mensajes motivadores que intentan inspirar haciendo creer que el éxito es resultado exclusivo del esfuerzo, y que quien logra triunfar en la vida lo hace como fruto de sus propios talentos, capacidades o su valentía. Pero no tenemos ni podemos tener control de nada, ni siquiera del siguiente segundo, la Biblia lo explica de esta manera; «cuando no sabéis lo que será mañana. Porque ¿qué es vuestra vida? Ciertamente es neblina que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece.» (Santiago 4:14).

La Biblia nos enseña que nada podemos alcanzar sin la ayuda de Dios. «…No puede el hombre recibir nada, si no le fuere dado del cielo.» (Juan 3:27). «Porque ¿quién te distingue? ¿o qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?» (1 Corintios 4:7).

Uno de los más grandes errores que cometemos es planificar como si el control del futuro estuviese plenamente en nuestras manos, y jactarnos, asumiendo todo el crédito por el éxito que podamos lograr.  

No olvides nunca que todo lo que tienes, todo lo que pasa y todo lo logrado es por la sola gracia de Dios. Pide al Señor que tu vida entera sea una respuesta de gratitud a su grande amor. 

«Las riquezas y la gloria proceden de ti, y tú dominas sobre todo; en tu mano está la fuerza y el poder, y en tu mano el hacer grande y el dar poder a todos. Ahora pues, Dios nuestro, nosotros alabamos y loamos tu glorioso nombre.» (1 Crónicas 29:12-13). 

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Efesios 5:8-10

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Porque en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz (porque el fruto del Espíritu es en toda bondad, justicia y verdad), comprobando lo que es agradable al Señor. 

Como cristianos, somos llamados a un alto estándar moral, aun cuando podamos sentir que fracasamos. Quizás nuestro lenguaje no es tan puro como sabemos que debiera ser, o no hemos superado algunos de nuestros malos hábitos. Es fácil desanimarse si no entendemos lo que está obstaculizando nuestro progreso.

La transformación comienza en la mente, porque la manera en que razonamos afecta la manera en que actuamos. No podemos esperar progresar en santidad si no tenemos discernimiento sobre qué permitir en nuestros pensamientos. El apóstol Pablo nos amonesta a no conformarnos al mundo sino a ser transformados renovando la mente; «No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.» (Romanos 12:2).

Hagamos el esfuerzo de llenar nuestra mente con las verdades de la Palabra de Dios para asegurarnos de que estamos contrarrestando los mensajes del mundo.

«Por lo cual también nosotros, desde el día que lo oímos, no cesamos de orar por vosotros, y de pedir que seáis llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual, para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios;» (Colosenses 1:9-10).

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1 Pedro 5:6-7

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Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo; echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros.

En el verano solemos disfrutar de días cálidos y al parecer interminables, pero esta estación no es todo sol y belleza. También es conocida por las fuertes tormentas que traen relámpagos, truenos y lluvias fuertes. Cuando ellas aparecen, ¿no es maravilloso poder correr a un refugio seco y cómodo para protegernos de la tormenta hasta que el sol vuelva a brillar?

La vida también puede ser así. Todo va bien hasta que, de repente y a menudo sin previo aviso, surgen dificultades. Nuestras vidas están llenas de “tormentas” de un tipo u otro. Sin importar lo que las haya provocado, rara vez podemos hacer mucho para evitar que sigan su curso. Lo único que podemos controlar es cómo reaccionamos para seguir adelante. En lugar de enfrentarnos solos a estos problemas, acudimos a nuestro Padre celestial, que nos ama, cuida y espera con los brazos abiertos, «Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.» (Mateo 11:28)

PIENSE EN ESTO:

¿Cómo describiría su relación con Dios? ¿Lo siente distante o cercano como un amigo cariñoso dispuesto a escuchar? Aparte tiempo para orar esta semana y pedirle a Dios que le ayude a sentir cuán cerca está.

«Cercano está Jehová a todos los que le invocan, A todos los que le invocan de veras. Cumplirá el deseo de los que le temen; Oirá asimismo el clamor de ellos, y los salvará.» (Salmo 145:18-19)

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Colosenses 3:5-6

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Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría; cosas por las cuales la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia, 

¿Cómo practicar la moralidad en una sociedad amoral e inmoral? Cuando las costumbres del mundo parecen ser tan fuertes, puede que nos sintamos incapaces de oponernos a ellas, pero eso no es lo que la Biblia enseña. Por medio de Cristo, usted tiene todo lo que necesita para vivir en santidad.

Pero si sigue una y otra vez sus propios deseos, en un momento de tentación dejará de obedecer a Dios.

El momento para detener el pecado no es el momento del acto, sino cuando se tiene el deseo del mismo. La Biblia dice que nuestro viejo yo ha sido crucificado con Cristo, y que debemos considerarnos muertos a los malos deseos, «sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado.» (Romanos 6:6).

El pecado una vez tuvo dominio sobre nosotros, pero Jesucristo ha roto su poder y nos ha liberado. Ahora tenemos un nuevo yo creado a su imagen, «No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos, y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno,» (Colosenses 3:9-10).

En vez de ceder a los deseos pecaminosos, hemos de responder a las tentaciones basados en quiénes somos en Cristo. El pecado ya no va con nosotros, porque somos nuevas creaciones con el poder de Dios a nuestra disposición. Eso significa que ahora podemos resistir los malos deseos y tomar decisiones que honren a Dios.

Comience hoy mismo a reflexionar en cuanto al poder de Cristo dentro de usted, y confíe en que Él le protegerá contra pecados futuros.

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Romanos 12:1-2

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Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.

Cuando alguien pone su fe en Jesucristo y se convierte en creyente, es santificado, es decir, apartado para el propósito de Dios. A diferencia de la salvación, que tiene lugar en un instante, la santificación es un proceso que dura toda la vida. A medida que la Palabra de Dios y el Espíritu Santo trabajan en nuestra vida, estamos siendo santificados. En otras palabras, maduramos en la fe de manera continua.

En Romanos 8.29, el apóstol Pablo explicó el propósito de Dios para los creyentes: “Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo…” Nuestro carácter, conducta y conversación deben ser reflejo de Cristo. Por nuestra cuenta, pondríamos demasiado énfasis en el comportamiento y nos veríamos atrapados tratando de cumplir reglas y ceremonias que parecen cristianas sin reflejar en realidad al Señor Jesús. Sin embargo, se nos ha dado el Espíritu Santo, que obra a través de la Palabra de Dios para renovar nuestra mente. Pero debemos cooperar en el proceso de santificación llenando nuestra mente con lo que enseña la Biblia.

Jamás seremos perfectos en este mundo, pero el Señor nos muestra cómo pensar y actuar para que podamos vivir “de una manera digna de la vocación con que [hemos] sido llamados”.

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Salmo 119:9-11

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¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra. Con todo mi corazón te he buscado; No me dejes desviarme de tus mandamientos. En mi corazón he guardado tus dichos, Para no pecar contra ti.

Cumplir con el propósito de Dios para nuestra vida comienza con un corazón limpio que ama al Señor y quiere obedecerlo. Sin embargo, todos nacemos con una naturaleza pecaminosa. Pero la salvación nos transforma, «De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.» (2 Corintios 5:17).

La muerte de Cristo en la cruz pagó la pena por nuestras transgresiones y destruyó el poder del pecado sobre nosotros. Al recibir a Cristo como Salvador, nos convertimos en nuevas criaturas con corazones sensibles a la dirección del Espíritu Santo y con mentes que desean conocer mejor al Padre. También recibimos el poder del Espíritu Santo para rechazar el pecado y obedecer a Dios.

Pero ¿cómo podemos mantener limpio nuestro corazón? La mejor manera es meditando en las Sagradas Escrituras. Hacerlo nos ayuda a descubrir las áreas donde hemos sido fieles, y también los puntos donde nos hemos desviado de su camino. Expresar arrepentimiento genuino nos limpia, «Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.» (1 Juan 1:9). Cuando nos esforzamos por seguir la voluntad del Señor, discernimos su plan y nos sometemos a Él.

Llegar a ser la persona que Dios desea que seamos, requiere una relación estrecha con Él y el deseo de obedecerlo. Separados de Él, nada podemos hacer, «Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer.» (Juan 15.5).

Cooperar con la obra transformadora del Espíritu Santo nos ayudará a mantener nuestro corazón limpio y abierto a Dios.

«Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios.» (Salmo 51:17).

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2 Pedro 3:8-9

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Mas, oh amados, no ignoréis esto: que para con el Señor un día es como mil años, y mil años como un día. El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento.

A menudo, La aparente reacción lenta de Dios ante el pecado desconcierta a los creyentes. ¿Por qué se demora tanto en castigar a quienes violan sus principios? La respuesta se encuentra en 2 Pedro 3: El Señor es paciente para que todas las personas tengan la oportunidad de arrepentirse.

Por nuestra condición humana, a veces queremos que las personas sufran por sus malas acciones. Jonás huyó de su deber de predicar en Nínive, la brutal tierra enemiga de Israel. Estaba seguro de que si sus habitantes se arrepentían, su Dios misericordioso decidiría no destruir la ciudad, lo cual fue justo lo que sucedió. En vez de regocijarse por la victoria del Señor, el profeta se quejó de que Dios había tratado a los ninivitas con paciencia y misericordia, él dijo; «…porque sabía yo que tú eres Dios clemente y piadoso, tardo en enojarte, y de grande misericordia, y que te arrepientes del mal.» (Jonás 4:2). Jonás se enojó con Dios, a pesar de que él mismo había recibido su misericordia después de haberlo desobedecido. Es cierto que ser tragado y regurgitado por un pez no fue nada agradable, pero la vida del profeta se salvó.

La mayoría de las veces, los creyentes tenemos razones de sobra para alegrarnos de que el Señor, a diferencia de los seres humanos, sea lento para la ira. Cuando somos tercos, espera con paciencia que reaccionemos a la convicción del Espíritu Santo. La disciplina es dolorosa, tanto para quien la recibe como para quien la ejecuta. Dios prefiere que veamos nuestros pecados, que dejemos de pensar que nos estamos librando del castigo, y que regresemos a Él.

El Señor valora tanto el arrepentimiento y la comunión con Él, que está dispuesto a demorar el castigo; pero solo por un tiempo. Al final, su justicia demanda castigo. No piense que su disciplina no le alcanzará, haga lo correcto y vuelva su corazón a Dios. 

«Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo.» (2 Corintios 5:10).

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2 Pedro 3:17-18

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Así que vosotros, oh amados, sabiéndolo de antemano, guardaos, no sea que arrastrados por el error de los inicuos, caigáis de vuestra firmeza. Antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A él sea gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amén.

No importa cuán lejos se haya alejado de Dios, siempre es bienvenido a volver a Él. Esa es la enseñanza de la parábola del Señor acerca del hijo pródigo, el hijo insensato que siguió un camino lleno de placeres que lo llevó a la ruina, antes de regresar a su padre y encontrar la salvación, «Y volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros.» (Lucas 15:17-19). Cualquiera que sea su historia de distanciamiento, haga que este sea el día en que vuelva al Padre celestial.

Al igual que con cualquier pecado, el primer paso para retomar el rumbo es confesar su pecado, reconociendo que se ha alejado del Señor, «Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.» (1 Juan 1:9).

Luego debe arrepentirse. Si se pregunta cómo hacerlo, esto es lo que yo hago: cada mañana entrego mi vida al Señor. Durante el día, si considero que estoy yendo tras algo que va en contra de su plan, el Espíritu Santo me recuerda que no me pertenezco a mí mismo.

«¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios.» (1 Corintios 6:19-20)

En el pasaje de hoy, Pedro nos advierte que debemos estar en guardia contra actitudes e ideologías que nos alejen de la verdad (2 Pedro 3.17). En vez de eso, elija remar su bote salvavidas en la dirección del Señor, meditando en la Biblia, al orar y vivir en obediencia. La práctica de estas disciplinas espirituales mantiene nuestro interés en Dios.

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Romanos 12:9

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El amor sea sin fingimiento. Aborreced lo malo, seguid lo bueno.

El mal es la antítesis (lo opuesto) de la santidad, y por tanto, la antítesis de la piedad. Así que el hijo de Dios aborrece lo malo porque Dios aborrece el mal, «El temor de Jehová es aborrecer el mal; La soberbia y la arrogancia, el mal camino, Y la boca perversa, aborrezco.» (Proverbios 8:13).

Si verdaderamente usted ama a Dios aborrecerá toda forma de maldad. Como amaba tanto a Dios, David resolvió que, “corazón perverso se apartará de mí; no conoceré al malvado” (Salmo 101:4). El cristiano fiel no se compromete con lo malo.

«Porque en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz (porque el fruto del Espíritu es en toda bondad, justicia y verdad), comprobando lo que es agradable al Señor. Y no participéis en las obras infructuosas de las tinieblas, sino más bien reprendedlas;» (Efesios 5:8-11).

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