El mar decía a sus olas
“hijas mías volved pronto.”
Yo veo desde aquí las esfinges en equilibrio sobre el alambre,
veo una calle perdida en el ojo del muerto.
Hijas mías llevad vuestras cartas y no tardéis,
cada vez más rápidos los árboles crecen,
cada vez más rápidas las olas mueren.
Los récords de la cabeza son batidos por los brazos,
los ojos son batidos por las orejas
solo las voces luchan todavía contra el día.
Creéis que oye nuestras voces,
el día tan maltratado por el océano.
Creéis que comprende la plegaria inmensa
de esta agua que cruje sobre sus huesos.
Mirad el cielo mugiente y las virutas del mar,
mirad la luz vacía como aquel que abandonó su casa.
El océano se fatiga de cepillar las playas,
de mirar con un ojo los bajos relieves del cielo,
con un ojo tan casto como la muerte que lo aduerme
y se aduerme en su vientre.
El océano ha crecido de algunas olas,
seca su barba,
estruja su casaca confortable,
saluda al sol en el mismo idioma,
ha crecido de cien olas.
Esto se debe a su inclinación natural,
tan natural como su verde.
Más verde que los ojos que miran la hierba
la hierba de conducta ejemplar.
El mar ríe y bate la cola.
Ha crecido de mil olas.
Vicente Huidobro. Chile (1893-1948)