Y: Tú, oh Señor, en el principio fundaste la tierra, Y los cielos son obra de tus manos. Ellos perecerán, mas tú permaneces; Y todos ellos se envejecerán como una vestidura, Y como un vestido los envolverás, y serán mudados; Pero tú eres el mismo, Y tus años no acabarán. (Hebreos 1:10-12).
¿Qué hace cuando llegan las tormentas de la vida? ¿A quién se dirige? ¿Dónde busca consuelo y seguridad durante esos momentos tumultuosos?
A lo largo de la vida, estas tormentas van y vienen de manera inesperada, pero no tienen por qué desbalancearnos ni desalentarnos. La Biblia nos asegura que podemos mantenernos firmes sin importar las circunstancias. Entonces, ¿cómo podemos lograrlo? Hay una verdad asombrosa en la Biblia que nos mantendrá firmes durante los momentos más difíciles. Nuestra ancla para las tormentas de la vida es simplemente que Jesucristo nunca cambia. «Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos.» (Hebreos 13:8).
¿Por qué es esto tan vital, y qué entendemos por “ancla”? Tenga en cuenta que todo en su vida, carrera profesional, relaciones familiares, situación económica, salud, etc, se encuentran en un estado de cambio constante. Usted está envejeciendo y cambiando cada minuto de cada día, y no hay nada que pueda hacer para detener este proceso. De hecho, incluso el mundo que conocemos envejecerá y perecerá, y será cambiado como una vestidura. No obstante, en medio de todo esto, Cristo sigue siendo el mismo.
Si tratamos de aferrarnos con firmeza a cualquiera de estas cosas terrenales durante nuestras dificultades, seremos arrojados en varias direcciones, ya que nos hemos aferrado a una base inestable que está en constante cambio. Pero si ponemos nuestra esperanza en Cristo, podemos estar seguros de que el ancla permanecerá porque Él no se mueve, cambia ni desaparece. En efecto, Jesucristo es la única base segura en un mundo de movimiento, pues estabilizará y dará paz a todos los que confían en Él. Medite sobre esto; «Los que confían en el Señor son como el monte de Sion, que no se mueve, sino que permanece para siempre.» (Salmo 125:1).
Lee, Medita y Aplica!